Muerte blanca
Cuando la camioneta salió velozmente hacia delante la vida se desintegró como una cortina de arena y dejó tras de sí una negrura insondable. Se rajó el telón de un teatro colosal, con un silencioso estruendo de mil rayos. Las estrellas miraron todas juntas hacia adentro, cerraron sus ojos los ositos de peluche apilados en el rincón de la habitación; Pepe Grillo guardó su violín en el estuche, se cerró de un golpe la puerta del dormitorio y cayó haciéndose astillas en las baldosas. La angustia le quedaba enorme en su pobre corazoncito de leche, le golpeaba por dentro las sienes y ella no entendía de qué se trataba.No sabía cerrar los ojos, en la edad en que todo se aprende mirando. Pero en un lugar desconocido del alma creció de golpe mil años y supo lo que era el dolor, entendió la muerte, comprendió de qué se trataba sufrir. Conoció el incierto escenario de la vida, aprendió el libreto de un solo tirón, se sintió sola frente al infinito y lloró en silencio... con la mirada perdida en los sembrados, en las nubes que se desarmaban velozmente, en el sol que ya no dañaba su vista, en el aroma del campo y las alas de las mariposas, en los colores que conocía y que nunca conoció; con la mente dispersa en los sonidos del viento silbando en el techo, bajo sus pies. Lloró en silencio junto a las voces que la llamaban con otro nombre que no conocía, pero que sabía suyo eternamente; junto a los ángeles de rostros desconocidos pero familiares como la miel y el agua del aljibe; presencias invisibles que le tendían sus brazos y ella volaba sobre su hermana, su padre y su camioneta, viajaba por encima de las casas y saludaba en silencio a su madre sollozando derrumbada en la puerta de su casa. Y ya no sintió dolor, ya no vio con los ojos las lágrimas, los golpes, el miedo y la soledad. Y se dejó flotar junto a las voces que susurraban en el viento. Extendió los brazos y quiso llegar rápidamente por encima de las nubes, de la luna y las estrellas, hacia el sol que no quemaba, hacia la música gloriosa que vivía en su memoria. Y descubrió que ya no tenía el pulgar dentro de la boca. Y se supo Dios y Barro, y se supo vasta y serena como la poesía del universo, y se supo infinita y eterna como los mágicos números celestiales. Y sus manos bajaron hacia la tierra y fue lluvia y fue viento y fue tierra, calor y tormenta; y lavó las lágrimas de su madre y sopló la furia de su padre y calmó la sed de la agrietada garganta de su hermana, cerró sus ojos y calmó su ansia. Y ya no hubo más que lamentar.