Dieciocho años es mucho, ¿no te parece? Casi teníamos esa edad cuando dejamos de vernos.
Ella encontró mi número, big deal! Córdoba sigue siendo un pueblo.
Hablamos más de media hora por teléfono, no sin antes advertirme que si cortaba repentinamente era porque había regresado su marido, y que comenzaría a despedirse como si yo, del otro lado de la línea, fuera una vieja amiga. Hasta podría llegar a llamarme Daniela, si se veía en esa necesidad.
Me contó de sus chicos, claro. Yo le conté de los míos. Intercambiamos opiniones, que hoy por hoy se encuentran diametralmente opuestas, creo que gracias a Dios.
Ella habló un poco de más, quizás. Yo me reservé unas cuantas disculpas y omití rencores, que al fin y al cabo no conducen a nada.
Le mandé una foto (actual) de celular a celular, mientras por el fijo seguíamos charlando.
-Siempre dije que las canas le quedan muy bien a algunos hombres -comentó.
-Gracias por lo de "hombre" -me salió contestarle. Hace dieciocho años tal sustantivo adjetivado en mí era tan improbable como la muerte o esto de mandarnos fotos por teléfono.
-Te aceptaría un café si me lo propusieras ya mismo.
-¿A mí o al señor de canas?
-Creo que podría volver a enamorarme si fueran el mismo.
Tragué saliva y be still my beating heart. No me histeriquees ahora, nena...
-Conozco un barcito en la Rodríguez Peña, al lado de La Colmena, si me das media hora para llegar...
-Te doy una hora, casi lo que me lleva volver a ser un poco más yo y no tanto mi vieja(*). Decime una cosa ¿tiene que ser ahí justamente?
-¿Te parece que puede haber otro lugar?
-Me parece que no.
Me bañé, no me afeité. Creí necesario reforzar esta nueva (para nosotros) categoría con una barba que ya contaba con tres días, solo por unas horas más, hasta la mañana siguiente en que las obligaciones sociales de este hombre me volvieran a colocar frente a frente con la afeitadora, el espejo y la mortecina luz de mi baño. Por un momento empecé a pensar en cómo se las iba a arreglar para "escaparse" siendo que su marido estaba al caer, pero al instante recordé que en definitiva no era problema mío, que una cosa es que esto de volver a verla después de tanto tiempo me tenga así de entusiasmado y otra que me vuelva a brotar la gastritis por… (¡mierda! ¿es que todos los maridos tienen que ser grandotes?)
Alcancé a manotear el mp3 y unos pesos que se esforzaban por esconderse al fondo de la mesita de luz. Del calor del departamento al fresco de afuera y del fresco nuevamente al calor pero del auto. ¿Vos creés en los presagios? ¿Te gusta clasificarlos?
Iba manejando y cantando. Manejaba sin ver los autos, las luces, las gentes, los carteles.
Cantaba sin saber lo que había puesto. Conduje toda la noche reventando los cambios con mis ojos de Durax lastimado, por Dios, la ruta está trabada y fría y cae… ¿Qué estoy diciendo?
Llegué primero, algunas cosas no cambian… ¿Oia? No, no… error. Ella estaba esperando y seguramente ya se había dado cuenta, al verme llegar, buscarla, no encontrarla e inferir en el gesto que estaba retrasada, que no la reconocí.
Lo dicho: dieciocho años es mucho, ¿no te parece? Ella está tan linda… ella es tan linda. Solo de saxo.
Como corresponde, recorrimos absolutamente todos los ítems del catálogo de cosas que NO se deben decir en semejante ocasión de reencuentro: mis ex, su marido, los trabajos, los achaques, las derrotas, las estupideces, los escasos aciertos, la política, la economía, el largo camino estudios-pareja-laburo-matrimonio-fracasos-decepción-depresiones. Los chicos, ¿cómo no? Cuánto aprendimos en tan poco tiempo, cuántas cosas nos pasaron por encima, cuántos caprichos e inmadureces tirados en una bolsa junto con pañales sucios, frascos de jarabes vacíos y ojeras.
Y las risas y los recuerdos y la recorrida por los momentos, los lugares y la gente, nuestra gente de entonces, los que ya no están, otros que andá a saber, y la música… siempre la música, siempre nuestro eje, ¿te acordás aquella vez en La Rumba? ¿Y esa vez en Juan(**)? ¿Y cuando por esquivar petardos nos caímos a la pileta y después nadie nos quería dejar subir a su auto? Esa noche juré no volver a salir a menos que tuviera mi propio auto.
Hay silencios que se esquivan, se evitan, se temen, esos silencios cuya sola compañía es un incómodo malestar en la silla. Pero hay silencios que se provocan, pausas mínimas, ensayadas, absolutamente intencionales, un suspiro contenido y las manos relajadas sobre la mesa. Ella cayó, aunque nada de eso fuera una trampa; se animó y tomó mi mano, junto al servilletero de madera, quizás pensando que de esa forma lograría librarse, al menos un poco, de mi mirada viajera entre sus ojos y su boca. No se por dónde habrá andado ella en esos instantes, yo volé por los ochenta, los veranos en las sierras, los inviernos en el centro, los Tofis y los cafés en el barcito de Obispo Trejo, antes que ella entrara a clase.
Pagué los cortados y salimos, ella con mi campera puesta, mi mano sobre su hombro. Cruzamos la calle hasta el auto, estacionado del lado de la plaza Colón. Todavía no eran las 9 de la noche y aún había tiempo para algunas canciones en la intimidad improvisada del auto.
No recuerdo en qué momento estuvimos de acuerdo en reconocer que un beso (o un par de ellos) en semejante ocasión de reencuentro iba a ser todo un despropósito. Quiso el destino capacitarnos a su debido tiempo para reírnos juntos de semejante ocurrencia. Al menos eso pensé yo, que era para reír.
Ella se ensombreció de golpe. Apretó el encendedor del auto y miró hacia la calle, lejos.
-Hace más de un año que no tenemos sexo con Claudio -me dijo mientras prendía un cigarrillo y bajaba la ventanilla. Me extrañó una confesión así, ella no es de hablar de esas cosas.
-¿Por? Digo, si no es mucha indiscreción...
-Está todo mal... desde hace mucho. –Su respuesta, con la misma mirada perdida en la esquina de Santa Rosa y más allá..
Le dije que si la cosa estaba así de mal por qué no se separaba.
Me contestó que la típica, que los chicos, que la guita, que a dónde voy a ir… con la Estela(***) ni en pedo vuelvo.
Yo me quedé mirando el centro del volante por unos segundos que parecieron siglos, ella tiró el cigarrillo a medio consumir por la ventanilla, giró sobre el asiento, y me miró con gesto grave, como si hiciera falta, cuando el aire podía cortarse con la lapicera que había sobre el tablero. Y como afirmando lo que decían sus ojos en silencio, puso su mano sobre mi pierna, un poco más arriba de la rodilla de lo que uno está (mal) acostumbrado en semejante ocasión de reencuentro.
Miré su mano en mi pierna. Recién ahí sentí la incomodidad que me producía el anillo en su dedo. Ese anillo que por dentro seguramente decía "Claudio" y una fecha y no Gabriel y el símbolo del infinito.
Puse el auto en marcha, un acto reflejo.
-Más de un año es mucho… ¿no te parece? -le pregunté tapando el anillo con mi mano derecha mientras ponía primera.
(*) Mi vieja=Estela
(**) Juan=Juan Boliche, Villa Allende
(***) Estela=Mi vieja
♫