25 de febrero de 2008

2026


Vive en este departamento desde hace casi dos años, desde cuando se cansara definitivamente de viajar y viajar, de trasnochar, de quedarse dormido, de quedarse despierto, de quedarse de un amigo, de la novia, de los suegros. Afirmará –a quien pregunte- que solo toma cerveza negra, haga frío o calor; dirá –quizás con excesiva vehemencia- que el vino blanco es cosa de incultos. Su mundo de soltero despreocupado se reduce a este monoambiente soleado de calle Pellegrini donde reinan los papeles desordenados, las fotos de prueba, las lámparas, los borradores.
Nunca compró cama, pero sí un colchón (esta vez de dos plazas); dice que por mucho tiempo sus padres lo obligaron a dormir en una cama cuando su pasión fue, es y será, dormir en un colchón en el suelo.
No te mira, te ve.
Entonces
te ve con gesto distraído, casi sin reparar en tu presencia. Pero si te llegase a mirar, en algún momento podrás notar que su mirada cambia de ángulo (aunque sin mover la cabeza) y las pupilas se contraen y expanden a su gusto y satisfacción. Es así que todo lo mide en luces y sombras, en colores y reflejos, en distancias y profundidades. Sus cámaras entonces, son una extensión de su mirada.
Sonríe.
Sonríe todo el tiempo. Hace chistes sutiles cuando está de mal humor (las menos). Hace chistes guarangos todo el tiempo. No pide por favor con palabras, sí con el gesto. Hace rato que dejó de acomodarse el flequillo hacia los ojos, ahora, mientras te sigue refutando cualquier opinión con argumentos olímpicos o caprichosos, estira hacia atrás, con la mano derecha, el mechón que le hace cosquillas en la frente.
Reniega de su atractivo, pero en el fondo te das cuenta que está orgulloso, feliz y agrandado. Hace tiempo dejó de usar la excusa del casting para conversar con alguna chica. Cuando se le antoja recorre la costanera cámara en mano y hace que saca fotos aquí y allá; de repente se detiene cuando observa a alguna que le haya llamado la atención (muchas, si me preguntan), se acerca y directamente le ofrece si quiere posar para un par de fotos. El resto viene solo, de la mano de su simpatía y su pinta de buen tipo.
Una vez se puso serio.
Aún desconozco qué pasó esa tarde que volvió con gesto sombrío y encendió un segundo cigarrillo (solo fuma uno por la mañana). Se sentó en la cama con el cenicero en la mano derecha, cruzó las piernas sobre el edredón sin importarle estar calzado y se quedó quieto. Me vio en silencio unos segundos mientras el cigarrillo se consumía más en su mano que en su boca. Al fin, con un suspiro entrecortado y un par de lágrimas en los ojos soltó un tenue “por qué?”
No le pude contestar.
Aunque hubiese podido.
Aunque hubiese tenido la respuesta.
Tal vez le habría podido proponer cambiar el “por qué” con el mejor aplicado “para qué”.
Tal vez le habría podido ofrecer un abrazo en silencio.
Pero cómo explicarle desde esta foto que soy sobre su cómoda que casi nunca las cosas salen como esperamos?












14 de febrero de 2008

Ya se...

es una gilada
digo
esto de San Valentín







bueno... eso
nada


te veo y...


no me sale
nada

más que un te amo asssssssssssssí de grande