30 de noviembre de 2009

Un amor real



Para quienes viajan con destino a San Miguel de Tucumán, se encuentra estacionado en plataforma treinta y dos, servicio de la hora 22.45 de empresa La veloz del norte.
Para quienes viajan con destino a La Plata, se encuentra estacionado en plataforma diecisiete, servicio de la hora 22:40 de empresa El Pulqui.
Para quienes viajan con destino a Rosario, se encuentra estacionado en plataforma diecinueve, servicio de la hora 22:45 de empresa Chevalier.
En el mundo de gente donde todos van, todos vienen, todos esperan, todos se apresuran, todos se demoran, ella se sienta en uno de los carros para cargar valijas y encomiendas y rompe por enésima vez el gastado juramento de dejar de fumar. Aparece una moto en la plataforma doce, trepa el escalón que sirve de freno a los ómnibus y unos metros más tarde se sumerge en el subsuelo de la terminal por uno de los montacargas.
Para quienes viajan con destino a Retiro, se encuentra estacionado en plataforma veintiuno, servicio de la hora 23.10 de empresa General Urquiza y consulta de nuevo su teléfono. Con este ruido blanco de voces, pasos, toses, risas, motores y estrellas, ni el vibrador del celular llega a sentirse.
Para quienes viajan con destino a Colastiné, se encuentra estacionado en plataforma veinticinco, servicio de la hora 23.25 de empresa San José.
Una hora y media ha pasado ya desde que llegara a éste lugar, con la sonrisa que sólo la esperanza de un reencuentro soñado, anhelado, reinventado una y otra vez en todos los rincones de la imaginación y hasta en recintos prestados de la memoria (Para quienes viajan con destino a San Francisco se encuentra estacionado en plataforma cinco, servicio de la hora 23.30 de la empresa San Jose)  puede dar a un rostro bello y enérgico, pero con claras huellas de cierto hastío -un rastro insoslayable en la apertura de los párpados- de que la vida no ha sido nada fácil y sin embargo...
Para quienes viajan con destino a Reconquista, se encuentra estacionado en plataforma veintitrés, servicio de la hora 23.45 de la empresa Mercobus.
Aún le queda espacio en uno de esos rincones de la imaginación e improvisa su propio parlamento -con la voz latosa e impersonal como la que no deja de aturdir por los parlantes de la estación- que la desilusión es un viaje de ida y que en definitiva quién de nosotros sabe el destino donde verdaderamente viaja; que siempre se puede encontrar un servicio de la empresa tal, en la plataforma cual, a toda hora, listo para partir con destino a algún lado; que todos los viajes salen cuando todo lo que uno quiere en éste momento es que lleguen, que se abra una puerta, no que se cierre; que baje ese único rostro que esperamos, que reconocemos en medio de una multitud de fin de semana largo en una estación terminal; que la única luz que uno quiere ver no es la de los faros de los micros, ni las lámparas del techo ni los celulares todos prendidos y al rojo vivo. Es la de esa sonrisa, esa mirada que también nos encuentra como una boya en este océano de almas; esas manos que por fin se acercan y ese abrazo que es como llegar a casa.



(Para Cecilia, en ese Diciembre que el colectivo no llegaba y no llegaba y no llegaba...)







 

3 de noviembre de 2009

Llegar tarde




No siempre el último en llegar llega tarde.
Y se puede llegar tarde aún apareciendo primero.
Hace unos días, un comentario de Zorgin me hizo acordar de algo que vivimos hace unos cuantos años y que bien ilustra lo que intento exponer.

Corría el año 90 (1990), o había empezado a correr hacía poco. No recuerdo ahora si era Marzo o Abril., pero el aire era cálido todavía y se podía tomar una cervecita refrescante en el patio trasero del piano bar Jelly Roll.
Oficialmente, había comenzado mi año sabático -que duraría unos cinco en realidad- lejos de la facu y de algún laburo (laburo oficial, digamos, laburar en la fábrica de helados de mi viejo no contaba). Para ese entonces nuestra bandita de rock ya acumulaba unos cuantos recitales encima. Veníamos afilados y queríamos más.
Esa noche de viernes -porque desde la primera vez que tocamos decidimos que siempre sería un viernes si era en Jelly Roll- había un lleno especial. Tal vez porque era principio de mes, tal vez porque la híper nos obligaba a que ni bien caían unos billetes en nuestras manos saliéramos prestísimos a reventarlos porque el ahorro era una utopía insípida, tal vez el calorcito de un verano que se resistía a partir... o tal vez porque realmente éramos buenos y a la gente le gustaba escucharnos. La cosa es que estaban todos allí, o casi todos. Los fieles amigotes del secundario del bajista y del cantante, toda la banda de los scouts, que eran compañeros del violero, unos cuantos amigos míos del secundario, muchos vecinos y amigos de la ciudad, gente de paso, amigos y amigas del piano bar o del dueño, recuerdo que hasta vinieron un par de compañeros míos de la facu, con sus respectivas, cosa que me sorprendió gratamente a la vez que me extrañó;  mis relaciones con los de la facu nunca habían llegado a tanto. Lo raro era que todavía no había llegado el Gonza.
La tocada empezaba oficialmente a las 10, pero por supuesto, nunca se cumplía. Nos hacíamos las estrellas y empezábamos como a las 12. Lo cual nos daba tiempo para entonarnos con algunas birras, gin-tonics, ferneses y demás etcéteras (salvo el bajista que por entonces solo tomaba coca), o morfarnos unos lomos,  que para los del grupo eran gratis, o, como en mi caso personal, además de todo lo expuesto anteriormente tenía que remarla con Natalia, a ver si por fin me daba un poco de bola y quién no te dice, por ahí después del recital nos podíamos ir a un lugar un poco más tranquilo, tú sabeh...
Faltaban unos pocos, pero igual decidimos empezar. Arrancamos con Crisis.
Y las horas pasaban y en nuestras miradas la inquietud instalada porque el Gonza no venía.
El Gonza, oficialmente Fernando González, es uno de esos amigos con que nos honró la vida. Todos afirmamos hoy en día que de no haber sido por la música, más precisamente por el blues, jamás habríamos sido recompensados con la amistad del Gonza... o viceversa: tal vez la amistad del Gonza nos abrió de una forma definitiva y para siempre las puertas a esta música celestial. Solíamos juntarnos en la casa de alguno de nosotros -incluída la casa del Gonza- y sentarnos a escuchar música por horas sin que nadie pronunciara una palabra más que las estrictamente necesarias, un "ya vengo, que me meo" o un "quién quiere más hielo?". Fuera de eso, nuestros "comentarios" y nuestra forma de decirnos que estaba todo bien, que estábamos disfrutando y que la muerte era sólo un concepto difuso y seguramente erróneo, vertido por algún teólogo trasnochado y con pocas luces, era un leve cabeceo con los ojos cerrados (o apretados, depende de la fuerza del solo) o una callada mímica, haciendo que tocábamos al aire un pasaje en nuestros instrumentos, por caso yo podía mover la patita en negras y meter un platazo o un fill de toms al aire, o el violero que juntaba sus manos a la altura imaginaria de las pastillas de la Fender y movía los dedos en fusas que jamás alcanzaría a tocar en la realidad. Y estaba todo bien. Siempre.
El Gonza no tocaba con nosotros pese a nuestra insistencia en que aprendiera a tocar aunque sea la pandereta, cosa de tenerlo siempre entre nosotros. No tocaba pero era nuestro jugador número doce. Él nos proveía de discos inalcanzables, de noticias remotísimas en tiempos en que la globalización era un neologismo apenas comenzado a esbozar, ponele en la NASA. Él nos ayudaba en los ensayos, nos proponía cortes, armonías, solos, y hasta un par de canciones que, por supuesto, jamás quiso cantar. Él nos divertía y nosotros lo divertíamos a él. Él nos aconsejaba, desde sus cuatro o cinco años más que nosotros, era nuestro tío piola, nuestro hermano mayor y menor, nuestro fan número uno, nuestro fotógrafo, nuestro plomo.

Y ya íbamos por el noveno tema, decía, aquella noche de Marzo o Abril del 90 y el Gonza que no aparecía.
Estará con una mina, supusimos. Y seguimos tocando. Y cómo! Esa noche hasta nos animamos a un cover de Pink Floyd, porque el dueño del piano bar se había conseguido un yamaha dx-7 y jugó de Richard Wright.
Las horas pasaron, el recital fue "degenerando" -como siempre pasaba- en zapada, luego en música a pedido, la novia del violero nos acercaba los pedidos en papelitos y nosotros que igual tocábamos lo que nos gustara de todo lo que nos pedían. Después en cosa de borrachos y cualquiera tocaba cualquier cosa. Yo le dejé la batería no me acuerdo a quién y me fui con Natalia para el patio a ver si ahora... pero no hubo caso, seguí virgen de Natalia.
Y el Gonza que no aparecía.
A las 5 y algo apagamos los equipos. Ya casi no quedaba nadie. Había dos o tres al fondo que se sostenían porque estaban apoyados de espaldas a la pared. Había una parejita metiéndose mano a destajo en el rincón más oscuro del patio trasero que ya estaban ahí cuando... bue... no me quiero seguir acordando de mis rebotes con Natalia.
Dejamos prendida solamente la luz amarilla que estaba detrás de la batería y comenzamos a desarmar todo. El dueño del piano bar puso un disco de Duke Ellington, bajito, de fondo y comenzó a levantar las cosas de las mesas mientras su mujer empezaba a lavar en la cocina. Alguien golpeó el vidrio de la entrada y el  gordo soltó un irónico "quién es el desubicado que recién llega de japón?" Yo estaba más cerca de la entrada y fui a atender. Era el Gonza!!
Yo: Bolú!! qué hacés? La que te perdiste!!
El Gonza: Hola man... cómo les fue?
Yo: buenísimo, recién termina todo... dónde te metiste? Ey! miren lo que trajo el gato!
El Gonza (entrando con algo bajo el brazo que así rápidamente me pareció que era una revista o un diario pero con pocas hojas): Cómo que recién termina todo? Esto recién empieza! -y me abrazó con el brazo libre mientras entrábamos al piano bar y los demás venían a saludarlo y a "recriminarle" que dónde se había metido y la que se había perdido y etcéteras.
Hicimos una pausa en el acomodo de cosas y nos sentamos a la barra. Lo que traía bajo el brazo y envuelto en papel regalo, era el último disco de Fito: Tercer mundo.
Alguno de nosotros (o todos): Chaaaaauu! y eso?? De dónde lo sacaste?
El Gonza: me lo regaló una minita, se acuerdan de esa que conocimos la vez que fuimos al Juniors a ver a Fito? bueno, esa.
Nosotros: Chaaauuu... gordo, ponelo! (al dueño del piano bar)
El Gonza (dirigiéndose a todos pero mirándome más a mí): A ver... por qué dicen que llegué tarde? Por qué creen que es tarde? Al contrario, a mí me parece que llegué justo.
Uno de nosotros (que no fui yo, otro me ganó de mano con la "ironía"): se! justo para limpiar el piso...
El Gonza: Y está perfecto! "llegué para los aplausos", como se dice habitualmente. Ahora, con una mano en el corazón, ¿a alguno de ustedes le molesta que un amigo los aplauda? "Llegué para limpiar el piso", y ustedes ¿qué prefieren? ¿que en esto los ayude un tipo o una mina que cobra para ese laburo o que los ayude un amigo y que lo hace de onda? "Llegué para cuando los equipos están todos apagados y la música -que tanto nos gusta- ya no suena". ¿Les parece? ¿Podríamos haber tenido mejor oportunidad que ésta, en este momento, después de la joda, de compartir un disco de Fito y un solo de Lebón? (sonaba Los Buenos Tiempos).
Yo había empezado a tragar saliva y a juguetear con el dedo mojado en el borde del vaso. Se me estaban empañando los ojos, el tipo tenía toda la razón del mundo. El cantante, tal vez el menos "duro" de los cuatro (lo nuestro era pura careta de pendejos, de pibes que sabíamos poco y nada de la vida, no hace falta aclararlo) se levantó de su banqueta, nos pasó por detrás y lo abrazó emocionado. Unos segundos después le preguntó cómo le había ido con la minita, que perdonara nuestro egoísmo y nos contara.
El Gonza (mirándonos también con los ojos medio llorosos): este disco.... este disco y este momento, esta noche... jamás los voy a olvidar. Esta noche empezamos a salir oficialmente con Julieta (que así se llamaba la minita que habíamos conocido esa noche que fuimos al Juniors a ver a Fito), esta noche nos besamos por primera vez. Esta noche ella me regaló un disco de Fito (éramos todos fans en ese entonces, ¿se nota?), esta noche entendí que Juli y yo estamos enamorados, esta noche fue su mejor recital (y nos miró a los ojos uno por uno), esta noche nos estamos confesando juntos mientras compartimos este espacio de amigos y unas cervezas, recordando anécdotas fresquitas, de hace un rato nomás, y sabiendo ya mismo que jamás las olvidaremos, esta noche nos estamos dando cuenta que estamos vivos, que estamos viviendo los mejores años de nuestras vidas.... ¿y ustedes me dicen que llegué tarde?
A esa altura de la mañana recién nacida, nos quedamos terminando de acomodar el lugar, tomando café con mediallunas recién hechas, escuchando música, riendo, descansando, charlando en voz baja. Iba terminando el disco y en la quietud después de la euforia, sonaba  Dale alegría a mi corazón.