Espiral
Prendo un espiral. Los mosquitos están insoportables. Por estos días la tecnología (será?) nos tiene acostumbrados a artilugios químicos casi milagrosos como el repelente en aerosol sin CFC, las velas de citronela y las tabletas termoevaporables. Tengo de eso también, solo necesitaría estirar el brazo, pero se me ocurrió prender un espiral. Apago las luces y de a poco la brasa color coral parece derivar en el espacio de la habitación a sus anchas. No se ve el humo pero una voluta me alcanza, me rodea, se deja montar y me lleva.
Noches de verano, de ventanas y puertas abiertas, grillos (y mosquitos, of cors!) la mesa en el patio, una comida fría (no se porqué se me ocurre que puede ser esa mezcla de arroz con carne picada y cebolla que nunca supe cómo se llamaba o arroz -que raro! toda comida que recuerde en aquellos años incluye indefectiblemente el arroz... será secuela de la famosa amenaza china?) con riñones y una salsita con gustito a vino (probablemente para neutralizar el sabor a meo de los riñones). El televisor en el vano de la puerta que da al patio. En la sobremesa tal vez una copita de ginebra y una mano de truco o generala de mi viejo con el vecino de atrás que solo venía en verano porque en invierno vivía en un lugar muy lejano y frío que se llamaba Bariloche y siempre mandaba postales donde se veían montañas, nieve, casas de madera y piedra y un lago enorme que daba frío de solo mirarlo.
Temperley en verano y de noche. A veces una luz lejana y chiquita en el cielo que para mí era una estrella moviéndose; tranquilamente podía haber sido un avión pero como en esa época era el furor de la era espacial mi mamá decía que era un satélite y a mí me daba miedo y me metía bajo la mesa o me quería ir para adentro... pero claro, adentro podían aparecer las luces en forma de anillo que recorrían las paredes y esa era la voz de los marcianos, los invasores y su dedo meñique que no se doblaba. Entonces, ahí abajo de la mesa en el centro del patio, un espiral prendido y la brasa roja y el humo y la felicidad de una noche en familia, y acostarnos "tarde" y dormir con la ventana abierta y la cortina que a veces se hinchaba con la brisa fresca y las estrellas con su silencio y los grillos con su insistente chirrido y los sueños y la manta a la madrugada porque claro, a esa hora refrescaba. Y la mañana y el despertar y el olor a espiral impregnado en cada partícula de aire que respiraba. Y era feliz... qué se yo! No necesitaba nada más. Simplemente que todo siguiera así, el calor, la libertad y el olor a espiral que nos protegía. Ya habría tiempo y lugar para la tragedia que se avecinaba.
Noches de verano, de ventanas y puertas abiertas, grillos (y mosquitos, of cors!) la mesa en el patio, una comida fría (no se porqué se me ocurre que puede ser esa mezcla de arroz con carne picada y cebolla que nunca supe cómo se llamaba o arroz -que raro! toda comida que recuerde en aquellos años incluye indefectiblemente el arroz... será secuela de la famosa amenaza china?) con riñones y una salsita con gustito a vino (probablemente para neutralizar el sabor a meo de los riñones). El televisor en el vano de la puerta que da al patio. En la sobremesa tal vez una copita de ginebra y una mano de truco o generala de mi viejo con el vecino de atrás que solo venía en verano porque en invierno vivía en un lugar muy lejano y frío que se llamaba Bariloche y siempre mandaba postales donde se veían montañas, nieve, casas de madera y piedra y un lago enorme que daba frío de solo mirarlo.
Temperley en verano y de noche. A veces una luz lejana y chiquita en el cielo que para mí era una estrella moviéndose; tranquilamente podía haber sido un avión pero como en esa época era el furor de la era espacial mi mamá decía que era un satélite y a mí me daba miedo y me metía bajo la mesa o me quería ir para adentro... pero claro, adentro podían aparecer las luces en forma de anillo que recorrían las paredes y esa era la voz de los marcianos, los invasores y su dedo meñique que no se doblaba. Entonces, ahí abajo de la mesa en el centro del patio, un espiral prendido y la brasa roja y el humo y la felicidad de una noche en familia, y acostarnos "tarde" y dormir con la ventana abierta y la cortina que a veces se hinchaba con la brisa fresca y las estrellas con su silencio y los grillos con su insistente chirrido y los sueños y la manta a la madrugada porque claro, a esa hora refrescaba. Y la mañana y el despertar y el olor a espiral impregnado en cada partícula de aire que respiraba. Y era feliz... qué se yo! No necesitaba nada más. Simplemente que todo siguiera así, el calor, la libertad y el olor a espiral que nos protegía. Ya habría tiempo y lugar para la tragedia que se avecinaba.
1 comentario:
Lindísimo texto! Como siempre, Gaby, sos capaz de describir las cosas de tal modo que nos hacés vivir cada momento, sentir cada olor y degustar cada sabor...
Increíble... extraño las noches de verano!!!! Y justo cuando se viene el invierno...
Che, por qué será que todas las madres hacen el arroz con riñón con salsa de vino?????? será por lo del sabor a meo?????
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