"My girl, my girl, don't lie to me
tell me where did you sleep last night"
-Bueno, espero que le guste... no es una mansión pero tiene las comodidades suficientes.
La mujer de la inmobiliaria abrió la puerta del departamento y con una sonrisa se hizo a un lado como para que ella pase, lo recorra y lo conozca.
-Es hermoso...! ... y cuánta luz! -La luz fue lo primero que le impresionó. Todas las persianas estaban abiertas y la claridad del día inundaba cada rincón del departamento hasta donde se podía ver. Laura dejó las tres carpetas que sostenía abrazadas, la agenda que colgaba de su muñeca derecha y la carterita de cuero sobre el sofá que había junto a la puerta, a unos pasos del ventanal. La mujer de la inmobiliaria ya había ingresado cuando ella comenzó a recorrer, a la derecha del departamento, las dos habitaciones separadas por el baño. Absolutamente todas las ventanas de los distintos ambientes daban a la calle (mejor dicho, al cielo, porque a esa altura -piso 18- la calle era un ente casi irreal), y las puertas a un pasillo central. Hacia la izquierda del living comedor estaban la cocina, amplia, y un lavadero con el balcón cerrado con mamparas de acrílico.
-¿Y, qué tal? -preguntó ansiosa la mujer de la inmobiliaria.
-Lindo! Parecen las casas chorizo del pueblo! -contestó con alegría. -Me quedo!
Así de simple. Le gustó, estaba cerca de la agencia, no era caro y, lo más importante, podía hacer el contrato sólo por los tres meses que necesitaba. Esa misma mañana la dedicó a comprar un poco de alimento, a conocer los comercios de la zona y a descansar. Por la tarde le traerían el poco equipaje que había dejado listo y empacado: algo de ropa, unos pocos adornos que ella tenía como amuletos o compañeros de viaje y algunos discos y libros para sus pocos ratos libres. Con el tiempo, el departamento se iría llenando de papeles, libros contables, comprobantes, carpetas, más papeles, más lápices, más números, más trabajo, más, más, más...
Cerca del mediodía, al volver de la verdulería que estaba a media cuadra por Santa Rosa, se encontró con don César -tal cual se presentó- el portero. Le dio oficialmente la bienvenida al edificio y quedo a shus órdenes para cuando nesheshite algo, uté sha sabe: en horario comershial, digamo, me encuentra en planta baja o en el entrepiso; má a la nochecita ya eStoy en mi depto que queda en el otavo..., otavo “C”. USté sha sabe, cualquier coshita... Bueno, bueno, que tenga un buen día y bienvenida ¿eh?... Chau, chau... permítame que le abra el asensor... chau, querida, chau... Del dieshiocho B, no? Ah, bueno, bueno... ta luego...
-Qué personaje, mamita! -se dijo casi en voz alta cuando se hubo cerrado la puerta del ascensor- y eso que es el primer día! Espero no tener que acudir a él muy seguido.- Si bien el tipo parecía simpático (si, está bien, era un pesado, pero no parecía mal tipo) había algo que no terminaba de gustarle. No sabía si era la enorme nariz árabe, si el bigote de manubrio de playera, si la tintura renegrida en su pelo, si su arrastrado acento a porteño o todo junto o alguna combinación posible. Respiró aliviada mientras el ascensor, con su zumbido eléctrico, la transportaba.
Al llegar acomodó todo rápidamente y se tiró en el sofá a descansar un rato. Y se suele dar que cuando uno pasa de una actividad intensa a una calma y un silencio repentinos, la cabeza sigue sonando un tiempo. Los ruidos de la calle, ya sea por la altura o por que era la hora de la siesta, eran prácticamente nulos, pero en la cabeza se mantienen ecos de sonidos, imágenes, pensamientos, ideas, olores, sensaciones físicas; los dedos aún recuerdan la presión que hicieron hace unos instantes para abrir un par de bolsas rebeldes; los pies todavía sienten que van caminando sobre mil relieves de veredas y calles y baldosas; en la nariz hay olor a pan recién horneado, gasoil, herboristería, cigarrillos; por las piernas que ya se empiezan a relajar uno prácticamente puede sentir los borbotones de sangre yendo y viniendo desde el pecho hasta los dedos, como cuando se detiene el motor de un auto que anduvo cientos de kilómetros al rayo del sol y entonces en el silencio de la pampa resuena el aliento hirviente del radiador y el cloc-cloc-cloc del agua que aún forma burbujas y de fondo hay sólo un soplido que uno adivina que es el viento que choca en el vehículo detenido y va convocando fantasmas al envolver la antena sobre el techo y mueve los cables de la luz que bordean la ruta y espanta algunos pájaros que vuelan trinando aquí y allá. Y no se sabe de dónde pero también vienen voces que murmuran cosas pero no dicen nada y es la misma sensación de no entender nada que se tiene cuando uno sueña que lee y como no entendés nada te das cuenta que estás soñando, pero no hay caso y te empecinás en sacar algo de tanta maraña de palabras pero es inútil y cerrás el diario que hace un estruendo a bolsas y alguien cierra una puerta y siguen hablando y seguís sin entender, no se sabe si están contando un chiste o están discutiendo como aquella discusión de papá y mamá en la banquina de la ruta en medio de la pampa porque no fuiste capaz de revisar el agua siquiera, que para qué te largás a usar el auto si no tenés idea de los cuidados mínimos y que para qué estás vos entonces si tanto sabés por qué no le cambiás la tierra a las macetas, pero mamá esto no es tierra, es resaca y me salió carísima y tené cuidado entonces que la ropa a qué hora volvés? y, calculo que como a las diez y zummmmm (ese es el ascensor!) cloc-cloc-cloc (y ese es el depósito del inodoro que se está llenando) ¿Pero es el ascensor o el viento que da en los postes de teléfono? Y ¿quién dice?, capaz que son las dos cosas juntas lo que la hacen despegar suavemente de la tierra, por encima de los ruidos, por encima de las voces, por encima de los balcones y los árboles y va esquivando los cables y el vértigo la entusiasma aún más y de repente ya todo se calló y se hunde cada vez más alto y el sueño sigue aunque cambien los personajes y el libreto; aunque por unos momentos no sea la ciudad sino la casa chorizo de los abuelos en la pampa y la siesta bajo los álamos y los horneros después de la lluvia y el pájaro carpintero que está dale que dale toc-toc-toc contra el pobre tronco, y se detiene por unos segundos y mira atento hacia ambos lados y vuelta contra el tronco mientras el timbre-despertador-(¿o-es-el-teléfono?) que apareció junto a las raíces del álamo que sobresalen entre la gramilla toc-toc-toc el carpintero Lauraa!! (es para vos, el teléfono es para vos) pero no hay teléfonos bajo los árboles a menos que abra los ojos, pero si abro los ojos... Lauraa!!! Riiiinnggg!! Y se incorpora aún antes de despertase del todo, y mientras camina hacia la puerta siente sobre los ojos un limpiaparabrisas que con cada pasada va eliminando pedazos de sueño y dibujando gradualmente un nuevo ambiente y cuando llega a la puerta el vidrio está limpio y ahí está la realidad y ahí está Matías -su hermano- con los bolsos y algunas cajas y la ropa y las risas y uh! me dormí y creo que soñaba que era el teléfono, no sé, autos, qué se yo..!
Laura pasó la tarde acomodando cosas, su hermano se fue al rato de dejar las cajas y las bolsas y no le ayudó porque tenía que seguir viaje, pero prometió volver cuando todo estuviera en orden... claro! Gracias!
Cuando tuvo tiempo de volver a parar por un rato, recordó partes del sueño de la siesta y se dijo que estaba claro que fueron todos los ruidos y movimientos nuevos a los que ya habría tiempo de acostumbrarse, los que la acompañaron durante ese rato -que no sabe cuanto- en que estuvo dormitando. El zuuummmm era el ascensor, los ruidos de la calle que venían en forma de bocinas, voces, trinos, sirenas, los balcones cercanos y era evidente que alguna mujer tenía maceteros y una madre con la que renegaba, el tránsito en el pasillo eran pasos, chicos corriendo, voces, llamados y cada tanto el cloc-cloc-cloc del piso de arriba, como ahora ¿eso que era? ¿vivía un carpintero arriba? era como maderitas, como palitos huecos chocando contra algo.
En eso estaba cuando sonó la puerta, un toc toc suave, pero al mirar por el visor sicodélico que estira dos cuadras el pasillo y deja los ojos y la nariz de quien llama tres veces más grandes que el resto del cuerpo, no había nadie. Le habrá parecido. Habrán golpeado en el departamento de al lado (¿pero tan fuerte suena?). Y al rato otra vez la puerta. Esta vez no le quedaron dudas de que era en su puerta y no en la del vecino. Miró rápidamente por el visor de narices gigantes pero como esta vez tampoco viera a nadie abrió la puerta.
Calculó que apenas pasaba el metro de altura y creyó que era por eso que no se lo veía por el visor pese a su sicodélica forma de abarcarlo todo en un centímetro. Pero ese poco más de un metro de altura era todo sonrisa y simpatía. Tenía zapatillas nuevitas, relucientes, un pantalón bermuda de jean y una remerita roja cuello polo. Después de esa sonrisa de diente de leche tenía el pelo castaño clarito, largo y peinado hacia la izquierda. Y era esa sonrisa de quien hace una travesura que está a la vista y no hace daño y era una simpatía que compraba todo lo que se le cruzara. Calculó que andaba por los tres años más o menos... ella no era muy habilidosa en eso.
-Hola lindo! -dijo Laura mientras se acuclillaba y le acariciaba el pelo. -¿Cómo te llamás?
-Facundo... y tengo asiiiií de años -y separaba las palmas de las manos abriendo los brazos hasta donde podía como esos pescadores que mienten el tamaño de un dorado.
-Sos un nene grande, ¿eh?
-Ti..! -respondió con otra sonrisa traviesa mientras se tomaba las manos por detrás de la espalda, estirando los brazos.
-Y qué andás haciendo solito por acá?
-Etoy allá arriba -y señaló hacia el techo del living de Laura. (Debe ser el hijo del carpintero... pensó ella) -Dice mi papá si me podés prestar un tomatito hata mañana...
-Un tomatito... a ver... ya te lo busco. -Laura se encaminó hacia la cocina y desde allí le dijo que pasara que ya se lo daba. Buscó en la canasta de verduras de la heladera un tomate grande, se fijó que no estuviera ni muy maduro ni muy verde y al querer incorporarse, ya con el tomate en la mano, se volvió a encontrar esta vez frente a frente con esa sonrisa puro diente de leche.
-Uy! que susto! -dijo ella bromeando y la respuesta del nene fue una risa contenida tapándose la boca con las dos manos y dejando que la carcajada saliera por la mirada. Ella siguió agachada y le extendió la mano con el tomate, el nene lo agarró, le dio un beso en la mejilla y salió al trotecito para afuera. Ella lo siguió hasta la puerta y alcanzó a verlo que subía por la escalera y se quedó allí pensando en que dada la altura del nene no llegaba por un poquito así al timbre y por eso llamó a la puerta pero ni se le ocurrió mirar la altura del botón del ascensor al cual el nene sí llegaba. De todas formas, si vivía en el piso de arriba y con esa vitalidad que tienen los chicos, era lógico pensar en que iría por la escalera.
Al día siguiente comenzó la carrera. Desde las 7 hasta las 13 le presentaron tantas secretarias, tantos encargados, empleados, cadetes y expedientes con los que habría de trabajar y había tomado tantos apuntes y trazado tantos gráficos y tachado y borroneado y vuelta a hacer, que más tarde, por la noche no recordaría ni cómo había llegado al departamento. Y pensar que había supuesto que la montaña de trabajo iba a ir creciendo de a poco! Nada más lejos: ese mismo día a eso de las dos de la tarde, llegó de vuelta al departamento junto con un empleado de la agencia que le ayudaba a cargar las cajas con carpetas y papeles. Hicieron ocho viajes cada uno hasta descargar el auto.
El resto de la tarde se la pasó acomodando y apilando en cierto orden las cajas, las carpetas y los apuntes con instrucciones que fue anotando durante toda la mañana. Al día siguiente, luego de revisar la primera parte del trabajo se comunicaría con el resto del grupo para que le fueran haciendo las distintas diligencias que les correspondía a cada uno de ellos. Ella, ya poco y nada tendría que salir de su departamento; calculaba que casi todo lo que necesitaba para trabajar estaba allí. No tendría horarios fijos que cumplir pero tampoco mucho tiempo para perder.
Laura se había recibido de contadora pública hacía dos años y trabajaba en el tema desde hacía cinco. Y éste año en particular, pintaba intenso. Sin ir más lejos, ese mismo mes había estrenado sus 28 años, residencia nueva (que implicaba no solo departamento si no que era nueva también en la ciudad) y puesto nuevo. Había quedado a cargo de un grupo de auditores externos de una agencia de contadores luego de unos cuantos trabajos exitosos en auditoría contable. Se había ganado una muy buena reputación y todo el trabajo que implicaba mantenerla y éste era su primer trabajo como coordinadora de auditores. Se sentía tranquila, como siempre, y dispuesta a ir hacia delante con este y con cualquier otro trabajo que se le pusiera. Eso lo tenía muy claro.
Esa noche cenó unas frutas y una jarra de jugo y se tiró a leer en la cama esperando el sueño que, calculaba, no tardaría en llegar dado el trajín del día. A partir de aproximadamente las ocho y media de la noche, los movimientos y los ruidos del edificio se fueron acallando de a poco hasta llegar a un tranquilo silencio apenas interrumpido muy de vez en cuando por el zuummmm del ascensor.
Estaba a punto de apagar la luz para dormir, haciendo un esfuerzo enorme por mantener los ojos abiertos para llegar al final del capítulo cuando volvió a sentir el cloc-cloc-cloc en el piso de arriba. Volvió a pensar que eran como cañitas o maderitas huecas que se caían o que golpeaban levemente en el suelo, como esos “llamadores de ángeles” que venden los artesanos, hechos con cañas de bambú o tacuara solo que sin música alguna. Y fue en ese momento, recién entonces, que se acordó de la simpática visita del día anterior. ¿Cómo había dicho que se llamaba? ¿Fabián? ¿Fernando? No pudo seguir pensando mucho más: estaba tratando de recordar el nombre del nene cuando sonó la puerta con un par de golpecitos cortos y secos. Se levantó, se puso la bata y miró por el calidoscopio para pasillos. Como no vio a nadie, comenzó a quitar las trabas para abrir la puerta suponiendo que era de nuevo el nene (Facundo!, ese era el nombre...) que venía a devolverle el tomate. Y se decía que no hacía falta que le devolviera el tomate, pero por otro lado, ahora que lo pensaba, le parecía medio raro que el carpintero acudiera a ella, que acababa de llegar y que, encima, estaba en otro piso, en vez de pedirle a algún vecino más cercano en el mismo piso o más conocido. No era que le molestara, en absoluto, para eso están los vecinos y si se es buen vecino mejor, pero no dejaba de resultarle extraño. Por otro lado mandar a un nene solo hoy en día, por más que sea dentro del mismo edificio donde uno vive, pero una vez más, que ella era nueva y no se sabía que clase de gente podía ser y le vino a la cabeza esa película de una niñera que parecía un ángel, más buena y santa que la Madre Teresa y terminó matando a una familia para quedarse con el hijo; todo porque ella había perdido un embarazo! Y cuando abrió la puerta estaba allí. Puro diente, la misma sonrisa, la misma ropa, la misma simpatía.
-Hooola..! ¿Facundo te llamabas vos? -dijo ella
-Ti... y tengo asiiiií de años... -y de vuelta el mismo gesto de enormidad favorito de los chicos.
-Y qué andás haciendo que todavía no estás acostado? -ella trataba de hablarle con la misma simpatía y dulzura que él irradiaba con sólo sonreír, pero calculaba que no llegaba.
-Dice mi papá si me podés prestar un tomatito hata mañana...
Claro que le pareció un poco extraño, pero ¿qué iba a hacer? ¿se lo iba a negar? ¿podía negarle algo a esa muestra gratis de dulzura? ¿podía sacar algo en claro si le preguntaba? ¿un nene de esa edad podía contestar preguntas siguiendo más o menos una lógica? Realmente no lo sabía y creyó que no era tiempo ni lugar para ponerse a buscar una respuesta.
-Cómo no! ya te lo traigo... pasá si querés...
Cuando volvió de la cocina con otro tomate la sobresaltó verlo parado sobre la mesa mirando el techo por encima de la lámpara.
-Facu! Bajate de ahí que es peligroso! mirá si te caés... - El nene giró para mirarla y volvió a taparse la boca con las dos manos mientras ahogaba una risa que se hacía más contagiosa todavía por ser una risa de ojos y no de voz. Ella lo rodeó con su brazo izquierdo por las piernas a la altura de la cola y lo levantó. Le dio el tomate y le dijo que no volviera a subirse a una mesa.
-Ti... -dijo el nene mientras asentía con la cabeza sin perder por un segundo la sonrisa.
-Bueno, andá a casita que es tarde - y lo dejó en el suelo. El nene comenzó a trotar hacia la puerta cuando ella le dijo:
-Eh! hoy no me das un beso? - a lo que el nene se frenó en seco, dio media vuelta, corrió a darle un beso en la mejilla y volvió a trotar hacia el pasillo. Ella volvió a asomarse por la puerta abierta hasta perderlo de vista escalera arriba. Mañana habría tiempo de despejar un poco de incógnitas.
¿Cuándo? ¿Mañana?
Lo que fue “mañana”!!!
“Mañana” fue que faltaban como dos meses de comprobantes de compras, algunas boletas eran prácticamente ilegibles, una caja con carpetas que estaban agrupadas por meses pero de distintos años, grupos de comprobantes sin fecha, correcciones hechas sobre las partidas de embarque y un par de joyitas más. Toda la mañana la pasó pidiendo cosas a los cadetes y éstos yendo y viniendo con papeles y carpetas hasta que ya bien pasado el mediodía tuvo prácticamente todo lo que necesitaba por un buen tiempo. En momentos en que se preparaba una ensalada para almorzar y luego, cuando por fin se sentó a comer y a descansar un rato tuvo oportunidad de recordar al nene del piso de arriba por dos motivos principales: uno fue mientras lavaba y cortaba los tomates que le quedaban y se decía que si esta noche venía a pedirle otro estaba sonado porque acababa de terminarlos y ese día no pensaba salir a comprar nada, pero esto lo veía como una situación cómica, como si no fuera a pasar, realmente creía que ya sería algo de sospechar si esa noche volvía a bajar el nene a pedirle otro tomate. El otro motivo fue que mientras comía miraba el desorden que le había quedado y el que aún faltaba entre tanta caja, carpeta y papel suelto; había lugares por los que prácticamente no se podía pasar y era notable cómo las únicas vías transitables eran las indispensables: al teléfono, a la mesa por su sector izquierdo y al pasillo que comunicaba por un lado al baño y por otro lado a la cocina. Ya hasta en el sofá había carpetas. Entonces se le ocurrió que podría encargarle cuanto antes mejor al carpintero de arriba (no se había puesto a pensar que era imposible una carpintería en un departamento céntrico, que tal vez el ruido que escuchaba pudiera ser de algún adorno o de algo que ocasionalmente se caía o golpeaba contra algo. No, ella simplemente dedujo que arriba vivía un carpintero...) alguna repisa o estantería donde poder apilar un poco las cosas. Después de todo, si él había tenido esa confianza con ella ¿por qué no podía presentarse ella como si nada y encargarle el trabajo?
Trabajó durante todo el día con pequeños momentos de distracción porque ya se sabe que una persona, si no quiere enloquecer, debería tener esos momentos cada una hora o menos. Así lo decía la pedagogía. De esa forma se enteró finalmente que la vecina del A, recibía cada tanto la molesta visita de su madre que se la pasaba parloteando y criticando su estilo de vida y principalmente se la agarraba con los progresos de los pequeños cultivos de especias que parecía tener la hija en los maceteros del balcón. También reconoció que alguno de los departamentos C o D vivía una familia con adolescentes. Lo que nunca pudo saber fue cuántos eran en realidad porque el movimiento, el ruido, las idas y venidas eran constantes como también eran incesantes los cambios de voces, los saludos de llegada y de salida y el zzuuummm del ascensor. La luz del pasillo -que funcionaba con un temporizador, como en todos los edificios- estaba prácticamente prendida durante todo el día. Pero en ciertos momentos de tranquilidad, especialmente muy temprano por la mañana, a la hora de la siesta o al anochecer, la cosa se tranquilizaba y podía sentir la compañía de algún que otro trino, o el murmullo de la calle, metros abajo o, de vez en cuando, alguna sirena lejana o la bocina del tren que sonaba tan distinto al carguero de la pampa.
Esa noche decidió que comería algo afuera, alguna hamburguesa o algo por el estilo y de paso se desenchufaba un rato de todo el trabajo que tuvo en el día. Se dio una ducha rápida, se vistió muy informalmente y cargó algunos billetes, los documentos y el teléfono en la carterita. Había terminado de cerrar las ventanas y estaba pasando con dificultad entre las cajas camino a la puerta para salir cuando volvió a sentir el cloc-cloc-cloc-cloc en el techo del living que siempre que sonaba lo hacía de forma diferente, con un desorden y una desarmonía que no terminaba de convencerla que fuera algún adorno o... ¿qué demonios podía ser? Aparte sonaba claramente cerca. Se dijo que mañana sin falta le haría una visita al vecino, al menos para conocerle la cara y si daba, de paso le encargaba una repisa o estantería. En el momento en que puso la mano sobre el picaporte para abrir se sobresaltó al escuchar el golpecito toc-toc-toc en la puerta. De repente, casi sin notarlo como proceso mental, entró en la cuenta que, siempre, segundos después de que oyera el cloc-cloc en el piso de arriba, el nene llamaba a la puerta. ¿Y si era el ruido del nene al bajar la escalera? Pero el nene tenía zapatillas de goma, ¿no?... y... ¡no iba a andar con zuecos! ¿Y los escalones? ¿Eran de made..? No, claramente eran de cemento y mosaico... tal vez algún mosaico flojo. ¿Y por qué lo sentía justo sobre el techo del living si la escalera estaba en otro lado completamente diferente? Y... algún misterio de la acústica apoyado en un intrincado sistema de cielorrasos y ventilaciones, se dijo.
Abrió la puerta y allí estaba.
Esta vez, no le sorprendió la simpatía y la sonrisa puro diente ni el gesto pícaro. Esta vez notó que la ropa seguía siendo la misma: zapatillas de goma, pantalón de jean azul, y remera roja con cuello polo.
-Hola Facu..! ¿Cómo te va? -Dijo ella mientras se agachaba para ponerse a la altura del nene. (Medía 1,75). (Ella).
-Biemm... contestó él con una sonrisa más grande aún, si cabía. -¿Ya te vas?
-Tengo que irme un momento, pero después vuelvo. ¿Y vos? ¿Qué andás haciendo?
-Dice mi papá si me podés prestar ("...un tomatito hasta mañana" -finalizó mentalmente la frase Laura para sus adentros. Ya conocía el discurso) un tomatito hasta mañana...
-Pero ya no me quedan, Facu... -dijo ella con gesto de congoja, un poco como haciendo trompa, mientras le acariciaba la pera.
-Qjjj -fue la respuesta del nene con una sonrisa de dientes apretados y cara haber dicho algo inconveniente que se intenta zanjear lo mejor posible.
-Me perdonás, Facu? ¿Me perdonás que hoy no te pueda dar?
-Ti... -fue lo que alcanzó a decir antes de llevarse las manos a la boca en ese gesto suyo de reírse como de una maldad simpática, como si tapándose la boca no se le notara que se estaba riendo en esa mirada que lo decía todo.
-Contame, ¿dónde vivís? - le preguntó Laura. Y fue la primera vez que le vio cambiar su eterna sonrisa por un gesto de seriedad. Aunque no era seriedad, más bien era como de pesar, de incomodidad, mientras miraba al suelo y negaba con la cabeza y empezaba a jugar incómodo con los dedos.
-La otra vez me dijiste que venías de arriba, del piso de arriba...
-Yo toy allá... dijo señalando una vez más el techo del living, como hace dos días y recuperando ya la sonrisa.
-Y bueno... entonces vivís en el departamento de arrib... -No la dejó terminar, le chantó un beso (no se lo dio, se lo chantó) en la mejilla y salió al trotecito, riendo entre dientes, hacia la escalera y empezó a subir. Estaba desconcertada y no pudo reaccionar. De todas formas, no tenía ganas de andar haciendo averiguaciones cuando estuvo todo el día haciendo trabajo de investigación contable y ya estaba un poco cansada de las complicaciones. Igualmente se dijo que “mañana sin falta” preguntaría sobre el tema que ya empezaba a intrigarle.
La mañana siguiente, en el baño, se encontró con la desagradable noticia que se le acababa de falsear la canilla de agua fría del lavatorio, ya que al querer cerrarla llegó a un punto en que se volvió a abrir, por lo que se podía cerrar hasta cierto punto sin que se pasara de rosca pero quedaba perdiendo un hilo de agua bastante considerable. Habrá que hacer de tripas corazón y llamar al portero que es el que se encarga de estas cosas. Pero quién dice, por ahí fue la mala impresión al principio, capaz que el tipo resultaba piola... Igualmente, no tenía tiempo para ponerse a buscar un plomero. De paso, si la ocasión daba, aprovecharía para tratar de sacarle alguna información sobre el carpintero y de su hijo.
Como a eso de las nueve bajó al hall de entrada y allí encontró al portero. Le comentó sobre el problema y le dijo que shi no era inconveniente, como a esho de las dosh él sha iba y le arreglaba la canisha. Que no she ishiera problema, que esh una pavada y en shinco minuto tá liSto.
Sábado a las dos de la tarde. Puntual. Don César llamó a la puerta y Laura lo hizo pasar. Ella estaba enredada entre carpetas y rollos de papel de calculadora. Como pudieron, saltando entre las cajas que había estado tratando de acomodar por la mañana, pasaron al baño y el portero puso manos a la obra. Ella aprovechó para hacer un descanso, fue hasta la cocina y acercó el equipo de mate para empezar a cebar. Tomó el primero y le tendió el segundo a don César que ya había retirado la canilla rota.
-Don César: tengo que hacerle una consulta.
-Diga nomás -respondió el con una sonrisa mientras sacaba de la bolsa la canilla nueva.
-Vive un carpintero en el departamento justo arriba de éste? -Don César no interrumpió su trabajo para contestarle. Le dijo que el departamento de arriba no vivía nadie desde hacía 18 años porque quien había sido su dueño estaba en juicio por la desaparición en ese entonces de un nene y lo que se creía podía tratarse de un asesinato. Así de simple...
-Por qué me lo pregunta?
Laura tragó saliva y de a poco fue normalizando la abertura de los ojos con que había quedado luego de un relato tan corto y tan fatal.
-Un nene desaparecido? -Alcanzó a preguntar como atragantada.
Ahora sí, don César dejó la pico de loro sobre la pileta, dio una chupada larga al mate, sacó un pañuelo del bolsillo trasero del pantalón y se secó rápidamente las manos. Se acomodó el bigote y bajó los anteojos hasta casi la punta de la nariz para poder mirarla sin intermediarios. - Yh... no she shupo nunca qué fue lo que pashó... -dijo Don César con voz baja- el pibito nunca apareció.
Laura se sobresaltó y sintió el pecho latir cada vez más rápido.
-Yo entré a trabajar en eSte edificio cashi un año después de esho -repuso don César mientras abría la llave de paso en la pared junto a la ducha. -Pero al poco tiempo eStaba prácticamente enterado de todo...
-Un nenito... repitió Laura. -Pero qué pasó? Cómo fue?
-Una cosha de locos, vea... un tipo que vivía sholo con el hijito. Yo no shé cómo podía... pero lo tenía de eSclavo, pobre... vivía borracho y lo fajaba todo’ lo díaS... Y pareshe que un día lo mandó a hashér lo’ mandado a la verdulería y el pibito pareshe que volvió tarde y con la mitad de la’ cosha’. Ahí she ve que lo fajó tanto que el pibito, como pudo, se eScapó... Pero usté sabe que el pibito no decía ni mu, eh! Se la bancaba solito... a veshe lo veía uno con la cara y lo brashito golpeados pero nadie fue capaz de hacer nada... Ma! si yo hubiera eStado entonce... -dijo mientras levantaba la pico de loro como amenazando- Como el pibito era tan callado, a la final nadie shupo nada, nadie she enteró de nada haSta que un día alguien empezó a soSpechar que por qué al pibito no she lo veía má’. Al tiempo alguien llamó a la polecía y cuando vinieron el tipo eStaba tan borracho que no pudieron shacarle ni un dato. Y terminó dishiendo que el pibito se había ido de la casha y que she había ido con su madre a Shan Pedro. Nadie le creyó porque la cosha es que le pibito nunca apareció, ni acá, ni en Shan Pedro ni en la China
(“un nenito...” las palabras resonaban en la cabeza de Laura que no podía terminar de acomodar algo que le andaba dando vueltas... o no quería que se acomode!)
-Qué horror... -dijo ella negando con la cabeza.
-Y bue... la shiudá... acá pasha de todo. Esto está listo, está... era el vástago que she había falseado así que cambiamo’ todo y a otra cosha. Y por ser la inquilina má linda de la temporada no le voy a cobrar nada... oshequio de la casa.
-Bueno don César, muchas gracias por el trabajo y el cumplido... no es para tanto.
-El trabajo no es para tanto... lo otro shí. -agregó el portero cerrando la caja de herramientas y encaminándose hacia la puerta.
-Tomese el del estribo don César -dijo ella extendiéndole otro mate. Lo terminó de un solo trago y agradeció. Antes de salir se dio vuelta y volvió a preguntarle:
-Por qué quería shaber del departamento de arriba?
-No, nada... me estaba haciendo falta una estantería y no se por qué se me ocurrió que arriba podía vivir un carpintero...
El portero la miró un poco extrañado y dio por finalizada la charla convencido con la explicación que Laura le había dado. Ya en la puerta del ascensor le dijo: -sobre Santa Rosa, do cuadrash al norte hay una carpintería.
-Gracias don César -dijo ella desde la puerta.
De desplomó sobre el sofá y cayeron algunas carpetas. No le importó.
Seguía mareada por las dos situaciones encontradas que se le planteaban en la cabeza: quería creer que no era lo que pensaba pero estaba prácticamente segura que no se equivocaba. Facundo le había señalado claramente que vivía en el departamento de arriba. O era una casualidad y el nene se desubicaba un poco al bajar la escalera y señalaba su techo cuando en realidad quería señalar hacia otro departamento.
Dándole tantas vueltas a la idea se le pasó casi toda la tarde. Incluso dos veces se detuvo un instante antes de golpear la puerta del departamento de arriba. Había subido la escalera como lo hacía Facundo y llegó hasta la puerta misma del 19 B. Eso sí: no se animó a mirar por la cerradura. Y el silencio del lugar confirmaba lo que don César le había dicho: estaba vacío.Otra vez tendida sobre el sofá, con la mirada perdida en el techo y las ideas dando vuelta, y el cielorraso que hasta ese preciso momento no había notado el sutil tramado decorativo que tenía, y la lámpara que difundía la luz más de lo preciso y entonces entendía porqué le molestaban un poco los ojos y era el esfuerzo que hacía porque la luz era tenue, ¿o era que el cable era tan fino que no pasaba suficiente electricidad? le dio risa la idea, propia de las bromas de su abuelo materno, cloc-cloc-cloc-cloc y el sobresalto inmediato porque acababa de notar precisamente por dónde salía el ruido de arriba y era del apretado, casi nulo espacio que había entre el cable y el agujero del cielorraso..., pero el cloc-cloc-clo-cloc! ...quería decir que en cualquier momen..! TOC-TOC-TOC!! la puerta. Se levantó en silencio sin dejar de mirar el cielorraso sobre la lámpara y se acercó hasta la puerta. Esta vez no miró por el endoscopio de túneles y se agachó despacio y procurando no hacer ruido. Espió por debajo de la puerta y alcanzó a ver claramente el reflejo de la luz del pasillo sobre los mosaicos... no había pies junto a la puerta; no había nadie que pudiera golpear mientras no sea con un palo largo o que esté escondido tras la pared a un costado de la puerta TOC-TOC-TOC!!! Los golpes en la puerta prácticamente sobre su oído la sobresaltaron y pudo sentir su corazón a punto de estallar. Se contuvo y siguió espiando por debajo de la puerta y otra vez: nada. Se preparó para un nuevo susto por golpes pero esta vez nada ocurrió. Se apagó lentamente la luz del pasillo y todo volvió a quedar en silencio, pero otra vez TOC-TOC-TOC-TOC ahora un poco más espaciados entre sí pero más fuertes los golpes y por fin la voz del nene, nervioso, asustado y lloriqueando “abrimeabrimeabrimeabrime!!” cuando se acordó de la lámpara y el cielorraso que volvieron a sonar cloc-cloc-cloc y esta vez (tal vez siempre había pasado pero nunca antes lo había notado) la pantalla de la lámpara oscilaba levemente y el cloc-cloc-cloc-cloc-cloc cada vez más largo y desordenado y la puerta TOC! TOC! TOC! que ya parecían patadas y comenzaba a crujir la cerradura y el nene “abrimeabrimeabrimeabrime”, “mipapámipapámipapá” POM! POM POM!! y el cielorraso que sonaba a percusión borracha y el vaivén de la lámpara y el mareo y las imágenes en oleadas y todo el cuarto iba y venía desacompasado de los gritos "abrimeabrimeabrime", "mipapámipapámipapá", los golpes y un zumbido primero imperceptible y despés cada vez más ensordecedor que lo iba llenando todo y el coraje que no tenía de apartarse de la puerta que la sacudía a ella con cada golpe y correr dos pasos largos y colgarse de la lámpara y arrancar el cable y desprender parte del cielorraso y esquivar entre los pedazos de yeso, los huesos que caían haciendo cloc cloc cloc en el piso y los tomates algunos ya podridos otros más frescos que reventaban contra el piso y la desesperación al querer incorporarse, resbalarse y caer una y otra vez sobre la pasta de tomate y los huesos que la enredaban y el cráneo chiquito, partido, que le sonreía con media sonrisa en el piso, media sonrisa pura diente de leche y el cloc cloc cloc que de a poco se fue deteniendo con los últimos huesos que caían y los gritos y el llanto desesperado se alejaban por el pasillo oscuro, del otro lado de la puerta que ya no temblaba y el zumbido del ascensor que de a poco se fue silenciando y la última cascarita de yeso sobre su cara que lloraba y los sollozos que mezclaban lágrimas con sangre de tomate y yeso y polvo y en voz baja decía: “ya sos libre... ya sos libre”.