26 de septiembre de 2005

Barrancas y cemento



Volví a ese viejo lugar que siempre consideré "nuestro lugar". No por no buscarte, no por encontrarte a cada instante, no por verte en cada rostro porque todo eso lo tuve y lo hice. Simplemente estabas allí, en cada risa, en cada destello sobre el agua, en cada hoja. Te vi paseando de la mano, te vi mirando al cruzar la calle, te vi con una manzana y una botella de agua, te vi llevando el ritmo de la banda que tocaba, te vi desde lo alto y te tuve entre mis dedos, seguí tu trayectoria y tracé tu futuro itinerario. Uní las líneas y siempre me dio lo mismo: un barco, la arena, la ceniza negra, la bandera, el fuego y los escalones, el césped que ese día no te tuvo, el sol que esa tarde no te dio, el regreso, la sonrisa... debí adivinar la ansiedad que te andaba sobrando.
Y cada vez que vuelvo a ese lugar, de cemento-zona-calma, de porteros silenciosos, de complicidades a medias, de tránsito urbano, de mentiras disociadas, odio la ciudad y su furia, odio las calles que alguna vez admiré, maldigo el día de su nacimiento, aborrezco la mano tendida y la palabra fácil, el verso perfectible y la ausencia con cuentagotas.
Ya no es divertido volver.

1 comentario:

Mery dijo...

Muy bueno el texto, pero da penita que ya no divierta volver...
Te invito a pasar por el blog del Tío Kico, contesté tu mensaje.