El hombre y los miedos (II)
El hombre paralizado por los miedos permanecía de pie junto a la ventana. Las manos en los bolsillos al fin. Las lágrimas ya secas, las narices despejadas, la voz calma y dispuesta. Miraba la ciudad, miraba al Oeste, cualquiera fuera éste, dadas las inefables vueltas que tiene Buenos Aires.
El hombre paralizado por los miedos tenía el equipaje listo desde hacía algunos meses. Lo repasaba mentalmente mientras su mirada continuaba imaginando esa esquina, a unos cientos de metros, nada más, de donde estaba. Había un compartimiento -el principal- lleno, rebosante de vergüenza, de humillación. Había formularios completos, revisados hasta el hartazgo, corregidos, anexados, ampliados, redundantes, donde pedía perdón a gritos. Una valija enorme cargada, hinchada, de arrepentimiento. Bolsos y bolsos de prendas suaves, mantas mullidas, cárdigans de algodón, guantes!, camperas rellenas... la distancia y la gentileza serán mis armas -se decía. Ya habrá tiempo para los acercamientos.
Botellas de mil formas y tamaños, de infinitos colores y destellos, y en todas la misma carga: la sal de sus lágrimas.
El hombre paralizado por los miedos estaba (estuvo todo este tiempo) a dos pasos del teléfono, con un número girando y girando en su cabeza. Hacía rato ya, había conseguido descifrar y trazar el itinerario: Es una cuadra hasta la avenida Tal, son tantas cuadras por dicha avenida Tal hacia lo que desde aquí parece el Norte, hasta encontrar la calle Cual. Doblar por ésta hacia lo que desde aquí parece el Oeste y caminar, caminar, caminar. En algún momento llegaría. Tal vez a la hora exacta en que el café haya terminado de filtrar. Quizás en el momento justo en que ella saliera de la ducha y pudiera tomar el teléfono del portero. La imaginaba sacudiendo suavemente la toalla en su cabellera, el hechizante perfume de su pelo y el café, el sol impactando sus primeros rayos por aquella otra ventana, donde una vez él viera destellos intermitentes, de angustias, de esperas, de escondidas.
El hombre paralizado por los miedos se dijo que al fin no servía de nada tanto planear, tanto suponer, tanto conjeturar. Que al fin todo será dado en la medida que fue reservado, ni más ni menos, y que éste agotador ejercicio de la imaginación no era más que pura charada.
El hombre ya no tan paralizado por los miedos, decidió jugar la carta. La más baja, claro.
Bajó a la calle sin equipaje y comenzó a caminar por la avenida Tal. Su paso era firme como tal vez nunca había sido. Su determinación, redonda e impetuosa. Caminaba entre la gente, los autos, los escaparates, las tiendas.
Y a medida que caminaba cada vez más resuelto, en su rostro, sereno y calmo por vez primera, desde que llegara, golpeaba gentil, burlón, fresco, acariciando, riendo, abofetando, carcajeando, lastimando sus ojos, desgarrando sus fibras, bombeando sus lágrimas, el viento del Sur.
5 comentarios:
Interpretó Ud. bien mi post anterior. Este no varía. Me siento muy identificada con este hombre paralizado por el miedo, vaya uno a saber por qué!
Gracias por la firma en mi blog, la verdad es que no pensé que nadie lo fuera a leer. Y salga de ahí que no es pa'tanto, che!
Mery: ese "salga de ahì" es por el abrazo que le solicitè? Ruègole me disculpe el atrevimiento. No se repetirà.
Kico: venga! no se me haga el gonca que no le creo.
Dos casilleros? mierda! còmo serìa si le contara mis verdaderos dramas, entonces!
Gracias por pasar, gente. Se vemo! :D
Gaby: por favor no se me ofenda! lo de fuera de ahí fue porque no era pa'tanto, me hizo poner colorada con tanto elogio que puso en mi blog. Jamás rechazaría un abrazo!!
Kico: no corresponde responder acá, pero ya que estamos... no fue de llorona, realmente no pensé que fueran a leerlo por largo rato. Tampoco lo publicité porque no era algo grato, me dolió mucho escribir esa paparruchada.
Saludos a ambos dos!!
Es genial Gaby!
cuántas cosas surgen de la memoria al presente...qué ganas de sentir el viento del sur en la sien
un abrazo
Dotora: la lógica indicaba que el viento sur lo debía sentir en la espalda. Lo que hizo este sr. no es digno de elogio sino del más ferviente rechazo, por cagón.
Ta bien... Kico dirá más adelante en el tiempo que "cada uno hace lo que puede".
Lo perdonamos al caminante equivocado? Dice mi sicóloga que al perdonar en realidad nos estamos perdonando a nosotros mismos.
Publicar un comentario