Conrad
Mi nombre es Conrad. Conrad Williard... quizás Williams, o Williamson. Intento leer mi nombre en algún lado. No lo consigo, es como en el sueño... las letras se mezclan. Es el año 1946. La semana pasada fue mi cumpleaños, lo recuerdo. Hubo una gran fiesta. Soy una persona muy popular. Vivo en Brooklin, o en Bronx. Soy blanco, pero convivo día a día con negros e inmigrantes. Hay italianos, irlandeses, escoceces como yo, unos pocos centroamericanos... Soy uno más de ellos. Regenteo un local donde mis mujeres hacen gastar fortunas a los hombres a cambio de sexo. Soy rico. Visto bien. Vivo bien. Soy soltero y es una gran ventaja. Tengo todo lo que necesito al alcance de mi mano, dinero, mujeres, amigos influyentes, clientes más influyentes aún. Un senador con hambre de presidente es uno de nuestros más asiduos visitantes.
Estoy malherido, me dieron un balazo en la pierna y me estoy desangrando. Voy a morir. El disparo salió de un Bluebird blanco. Me sorprendió mientras intentaba abrir la puerta de mi casa. Veo mis zapatos que ya no son negros sino rojos... es un rojo oscuro el color de la sangre; con seguridad el disparo me cortó una vena importante. No quiero ensuciarme las manos, no es propio de mi nivel, pero la pierna comienza a arderme.
Sé que voy a morir pronto, en unos minutos. Me veo en el espejo del vestíbulo. Tengo un traje beige con finas rayas verticales negras. Me saco el sombrero de ala ancha y lo arrojo sobre uno de los sillones. Es una sensación de verme por primera vez. Soy un hombre alto, delgado, de musculatura recia. Tengo bigote fino y un rostro rectangular y severo. Creo que cumplí 34 años... creo que la semana pasada... hace unos días. No recuerdo exactamente, pero ese hecho resuena en mi memoria a cada instante. Algo debió pasar.
Ahora estoy en mi habitación. Me tiré en la alfombra junto a la cama para no arruinar las finas mantas de seda compradas a los chinos de California. Estoy solo y voy a morir solo. No me afecta. El dolor es soportable, no entiendo porqué. No me molesta esta soledad como sí me molesta esto de dejar todo hecho un desorden. Recuerdo que el sombrero quedó descalabrado en el piso porque no acerté al sillón.
No pienso... no se me ocurre pensar los motivos o los autores del disparo. Siento que no me interesa, me da lo mismo. Sé que en mi negocio se mezclan el bien y el mal como en casi ningún otro asunto, así que tengo tantos amigos como enemigos, tan invisibles como concretos. No siento rencor hacia el desconocido que me disparó.
Las cosas siempre me fueron fáciles. Nunca tuve grandes expectativas de la vida, sencillamente lo que necesité lo tuve. No me vi forzado a pelear por mucho. Seguramente es por eso ésta anodina indiferencia que me llena. Me da lo mismo vivir o morir aunque entiendo que ya estoy muerto.
De a poco comienzo a sentir que la indiferencia se vuelve reflexión, piedad y entendimiento. Siento que desperdicié todas las buenas oportunidades que tuve y solo me dediqué a vivir en lujos, soberbia y desinterés absoluto por las cuestines del espíritu. Estuve en este negocio desde los 15 años y desde entonces me vine burlando de las necesidades tanto de los hombres como de las mujeres, con la gran diferencia que las necesidades urgentes de las mujeres correspondían a valores morales y humanos diferentes. La mayoría de las mujeres que me buscaron para trabajar lo hicieron porque querían comer, porque querían sentir algo de calor en los terribles, solitarios, eternos inviernos de una de las ciudades más crueles del mundo. Los hombres sólo buscaban placer, un buen par de piernas largas y calientes, embriagarse y olvidarse de la oscura procedencia de su dinero, una manera de acallar su atormentada conciencia. Y yo les dí eso y más. Les di la oportunidad de restregar su dinero e influencia ante las mujeres que sabían exactamente, fatalmente, lastimosamente, que nunca nada de eso sería para ellas. Y yo también lo disfruté. Yo era uno más de esos hombres. Nunca tuve necesidad de tomar partido. Simplemente sucedió así, se decantó por el lado más cómodo; no era para mí eso de preocuparse por el bienestar de las mujeres.
Desobedecí por completo mi proyecto de vida al encarnarme en lo que fue Conrad y entiendo que la próxima vez deberé afrontar esta deuda. Deberé comenzar todo de nuevo. Mi próxima vida no será nada fácil. Todo lo cómodo, todas las oportunidades, toda la fortuna material (y el desperdiciado potencial espiritual) la dilapidé sin interesarme en nada que no fuera mi propio placer y bienestar.
Estoy con mi gente por fin. Nunca supe qué había sido de la vida de mis padres y hermanos en Escocia, pero ahora vuelvo a estar con ellos. Estoy con Allan, mi amigo de la infancia y con quien me subí a ese barco en 1925 o 1927, rumbo a América. Ahora soy uno con todos. Elizabeth está aquí también. Esta vez tuvimos aprendizajes diferentes y no me acompañó, pero sé que en la próxima oportunidad nos volveremos a encontrar. Quizás tarde, en el otoño de nuestras vidas, tal vez nunca, y entiendo que ello también dependerá de mi progreso o retroceso espiritual.
En este último instante reconozco a quien me disparó. Lo volveré a encontrar. Será el hermano de mi madre.
Estoy malherido, me dieron un balazo en la pierna y me estoy desangrando. Voy a morir. El disparo salió de un Bluebird blanco. Me sorprendió mientras intentaba abrir la puerta de mi casa. Veo mis zapatos que ya no son negros sino rojos... es un rojo oscuro el color de la sangre; con seguridad el disparo me cortó una vena importante. No quiero ensuciarme las manos, no es propio de mi nivel, pero la pierna comienza a arderme.
Sé que voy a morir pronto, en unos minutos. Me veo en el espejo del vestíbulo. Tengo un traje beige con finas rayas verticales negras. Me saco el sombrero de ala ancha y lo arrojo sobre uno de los sillones. Es una sensación de verme por primera vez. Soy un hombre alto, delgado, de musculatura recia. Tengo bigote fino y un rostro rectangular y severo. Creo que cumplí 34 años... creo que la semana pasada... hace unos días. No recuerdo exactamente, pero ese hecho resuena en mi memoria a cada instante. Algo debió pasar.
Ahora estoy en mi habitación. Me tiré en la alfombra junto a la cama para no arruinar las finas mantas de seda compradas a los chinos de California. Estoy solo y voy a morir solo. No me afecta. El dolor es soportable, no entiendo porqué. No me molesta esta soledad como sí me molesta esto de dejar todo hecho un desorden. Recuerdo que el sombrero quedó descalabrado en el piso porque no acerté al sillón.
No pienso... no se me ocurre pensar los motivos o los autores del disparo. Siento que no me interesa, me da lo mismo. Sé que en mi negocio se mezclan el bien y el mal como en casi ningún otro asunto, así que tengo tantos amigos como enemigos, tan invisibles como concretos. No siento rencor hacia el desconocido que me disparó.
Las cosas siempre me fueron fáciles. Nunca tuve grandes expectativas de la vida, sencillamente lo que necesité lo tuve. No me vi forzado a pelear por mucho. Seguramente es por eso ésta anodina indiferencia que me llena. Me da lo mismo vivir o morir aunque entiendo que ya estoy muerto.
De a poco comienzo a sentir que la indiferencia se vuelve reflexión, piedad y entendimiento. Siento que desperdicié todas las buenas oportunidades que tuve y solo me dediqué a vivir en lujos, soberbia y desinterés absoluto por las cuestines del espíritu. Estuve en este negocio desde los 15 años y desde entonces me vine burlando de las necesidades tanto de los hombres como de las mujeres, con la gran diferencia que las necesidades urgentes de las mujeres correspondían a valores morales y humanos diferentes. La mayoría de las mujeres que me buscaron para trabajar lo hicieron porque querían comer, porque querían sentir algo de calor en los terribles, solitarios, eternos inviernos de una de las ciudades más crueles del mundo. Los hombres sólo buscaban placer, un buen par de piernas largas y calientes, embriagarse y olvidarse de la oscura procedencia de su dinero, una manera de acallar su atormentada conciencia. Y yo les dí eso y más. Les di la oportunidad de restregar su dinero e influencia ante las mujeres que sabían exactamente, fatalmente, lastimosamente, que nunca nada de eso sería para ellas. Y yo también lo disfruté. Yo era uno más de esos hombres. Nunca tuve necesidad de tomar partido. Simplemente sucedió así, se decantó por el lado más cómodo; no era para mí eso de preocuparse por el bienestar de las mujeres.
Desobedecí por completo mi proyecto de vida al encarnarme en lo que fue Conrad y entiendo que la próxima vez deberé afrontar esta deuda. Deberé comenzar todo de nuevo. Mi próxima vida no será nada fácil. Todo lo cómodo, todas las oportunidades, toda la fortuna material (y el desperdiciado potencial espiritual) la dilapidé sin interesarme en nada que no fuera mi propio placer y bienestar.
Estoy con mi gente por fin. Nunca supe qué había sido de la vida de mis padres y hermanos en Escocia, pero ahora vuelvo a estar con ellos. Estoy con Allan, mi amigo de la infancia y con quien me subí a ese barco en 1925 o 1927, rumbo a América. Ahora soy uno con todos. Elizabeth está aquí también. Esta vez tuvimos aprendizajes diferentes y no me acompañó, pero sé que en la próxima oportunidad nos volveremos a encontrar. Quizás tarde, en el otoño de nuestras vidas, tal vez nunca, y entiendo que ello también dependerá de mi progreso o retroceso espiritual.
En este último instante reconozco a quien me disparó. Lo volveré a encontrar. Será el hermano de mi madre.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario