Son esas cosas que muchas veces... bah, siempre, disfrazamos de alegría. Decimos ¡uh! ¡Que bueno! ¡Por fin me pasa a mí! Y andamos por la calle con una sonrisa de oreja a oreja, pisando en partes, nos sentimos en la nube nueve, todos los ojos son sus ojos, todas las melenas son su melena, todos los perfumes son su perfume, todas las palabras son sus palabras y los recuerdos son algo que apenas pasó hace un rato, los recuerdos son frescos, relucientes, a todo color y con sonido 5.1 sorrounding and dolby nr.
Es así que empezamos a sentir que las distancias no existen, que las diferencias sociales y culturales solo se notan en los noticieros (que por cierto, dejamos de ver y lo cambiamos gustosos por un programa donde enseñan a cocinar manjares o a decorar tu casa como el más tibio de los refugios). Nada más importa, que no sea el próximo encuentro, que no sea el siguiente regalo; y nos vemos en lugares que antes ni soñamos siquiera, eligiendo uno de esos libros que compraríamos solo para nosotros, pero sabemos que en mitad de una página perdida, casi al final, hay una frase que es nuestro secreto, entonces este libro es para ella y no voy a marcar la página, voy a dejar que ella la descubra, y creemos que lo primero que hace apenas empieza a leer es encontrar esa frase. Así es que imaginamos su llamada y su voz que se impone sobre la estática y la falta de antena porque vos viste, estos telefonitos que antes nunca andaban ahora sí, porque la magia está en el aire, porque ahora todo es posible y porque en definitiva, las estrellas y los dioses trazaron este camino por donde llega su voz y nos dice justo justo esa frase que elegimos, esa marca que nunca hicimos en el libro, pero que está.
Un día nos sorprendemos escribiendo su nombre en un rincón de una hoja, tal vez mientras hablamos por teléfono de trámites o charlas sin sentido con familiares o amistades que de repente son extraños. ¡Claro! ¡Si el mundo tal como lo conocíamos acaba de desaparecer! ¡Si nadie más importa! Nada ni nadie existe si su mirada y su conocimiento no lo inauguraron. Vamos charlando con ella aunque estemos a kilometros de distancia, le vamos contando de nuestros lugares, de nuestras cosas, de nuestros detalles, de toda una vida previa que nos perdimos de recorrer juntos. Desayunamos en un bar y pedimos lo que ella toma, cambiamos nuestras medialunas “me-cago-en-Cormillot” por una barrita de cereal, nos levantamos temprano para compartir un amanecer, vamos al parque, a la costa, o donde estemos en ese momento, salimos afuera y le dedicamos la luna por sms y si me mandás un beso en los próximos cinco minutos le pongo tu nombre a esa constelación que acabo de inventar y tiene la forma de tu cintura (pero ella sabe que somos como Sprayette, que aunque no llames en cinco minutos el extra te lo "regala" igual).
Y son esas cosas que un día nos agarran de sorpresa mientras esperamos que un semáforo se ponga en verde. Nos damos cuenta que hace un año estábamos tal vez en esta misma esquina, afiebrados de ansiedad, con la camisa que a ella más le gusta, con una novedad sobre el trabajo, sobre el cambio de trabajo, sobre un puterío de un amigo que se mandó una cagada con la mujer, no importa.. cualquier cosa era un tema, cualquier tema era la excusa, cualquier cosa era conversable, entre sábanas, almohadas, café humeante y voz baja. Hace un año, decía, nada nos hacía pensar en este vacío, en esta desolación, en estas ganas de nada, en este cielo negro de un julio interminable y helado. No era posible, no era creíble, era irreal que el teléfono un día dejara de sonar, que la casilla de correo estuviera vacía, que su mirada viajara lejos las pocas veces que nos veíamos, que sus manos se enfriaran de tal modo, que sus labios hubieran muerto, que su cuerpo nos pareciera extraño.
No era cierto que un día, al mirar a una mujer (tan pero tan parecida a vos) subiendo a un taxi en Libertador y Juramento, iba a tener que parar el auto (no importa donde, no importa si me pisa un colectivo o me putea un taxista) y llorar como hace años no lloraba. Porque esa mujer tan pero tan parecida a vos, capaz que es feliz como vos y yo fuimos, digamos hace un año. Esa mujer tan pero tan parecida a vos acaba de darse vuelta fugazmente para poner algo en la luneta trasera del taxi y su rostro resplandece como el tuyo aquella tarde. Y seguramente esa mujer está pensando en que el resto de la gente, el mundo allí afuera, no sabe nada, no entiende nada, ni es capaz de percibir lo feliz que es, ahora que mira un poco más atrás, a unos metros de la esquina, y un hombre, bastante parecido a mí, un poco más flaco, confesémoslo, la saluda con una sonrisa, se levanta el cuello de la campera polar y se vuelve por Juramento sin mirar por donde camina, con los ojos y el alma puestos en ella, que también saluda y sonríe. ¡Dios mío! ¡Cómo sonríe!
N. del A.: Gracias a M.F.F. por la inspiración y a C.B.G. por las oportunas correcciones y el título "Harrison a full" ;-)♫