La esquina
No tendría ningún reparo en decir concretamente qué me trajo a esta esquina otra vez. No es como Truffaut tratando de explicar en casi cinco carillas lo que no se atrevió a confesar en toda su antología previa, ni siquiera la torpe argumentación (torpe y new-romantic) de Mc Owens en Un invierno al desnudo. Nada de eso. Entiendo –y en esto me planto- que con solo articular la pregunta adecuada la catarsis será automática, prolija y sin lugar a dudas en lo que a su coherencia atañe. Pero no será si te quedás así mirándome como si no me hubieras reconocido. Ya sé que los años, los golpes, las lágrimas, pero vos sabes perfectamente mi rostro, mi pelo, mis manos en el volante así como yo conozco tus lunares, la forma en que entrecerrás los ojos al pitar y el hombro escapando de la remera.
Queda tanto por decir, tanto por contar, no como vos querés imponer un silencio como quien pretende callar un trueno, no como vos dando todo por sabido para, sencillamente, no saber. Y sé que no vas a intentar la palabra ni el gesto. Sé que tus manos irán rápidamente a las llaves, las llaves a la puerta, los pies a la escalera y los recuerdos al tacho y las maldiciones otra vez a tu boca porque con los recuerdos suele pasar como tantas cosas que abollás y arrojás y rebotan y caen y quedan merodeando y volvés a encestarlos y de nuevo a atorarse con otras basuras y otra vez a saltar afuera y entonces te levantás furiosa y los aplastas con desesperación no porque temas a los bollos-recuerdos y su aparente autonomía o porque temas que eso signifique algo, como un mensaje esotérico que te negás a percibir, sino que simplemente sentís que las cosas fueron hechas para obedecer tu voluntad. Y no era tu voluntad este tipo un poco más gordo que el que habías conocido y por fin sin ese toldo de feria en la cabeza, No era tu voluntad este mendigo en el portal, este vendedor tardío, este cartero desorientado, este búho trasnochado con los ojos así abiertos y la mente así de cerrada, para vos. Tampoco es tu voluntad pero sí la mía, dejarte paso. Es tu voluntad pero no la mía verte subir tras los vidrios de la puerta y las cien imágenes de tus piernas en los biselados y los chasquidos finales de la cerradura allá arriba. Y no es tu voluntad pero sí la mía y esto te deja desorientada porque no lo ibas a hacer, no lo querías hacer, no lo pensabas siquiera considerar, pero algo mío que aún quedaba dentro tuyo –de ahí “mi voluntad”- tomó el control de tus manos, abrió un grifo oxidado de emociones olvidadas, llevó tus pies al balcón y arrojó las llaves al tipo que esperaba mirando hacia arriba, allí donde tu altillo espera cada noche a un ángel llamado Uriel, allí donde la luna se encuadra tres horas antes de un equinoccio, allí donde acaba de desprenderse una gota, una extraña gota jamás convocada a tus ojos por un criminal o un necio y sin embargo...
Entonces sí te explico como al final lo hace Truffaut, porque en definitiva se entiende (pero lo que no se entiende es semejante demora), aunque vos insistas en explicarla a través del miedo o la vergüenza. Entonces sí te explico por fin mirándote a los ojos porque me lo debés, porque te lo debo, porque estas manos estuvieron buscando las tuyas por casi dos años, porque estas palabras vienen corriendo carreras circulares en mis venas, porque estas lágrimas vienen secándose cada tres meses y este abrazo se acaba de marchitar y caer hecho cenizas, junto a las lágrimas, los bollos-recuerdos, las llaves, la escalera, los lunares, la esquina, el frío de un nuevo Julio. Porque sigo esperando, sentado en el cordón, con una caja de chocolates, que no tomes ese taxi, que no pises esos suelos, que no dobles –para siempre- esa otra esquina, esa nueva calle, este eterno desencuentro, este maldito pesar, este desolado mediodía, este viento en la avenida y el ruido de la caja del semáforo... ahora pasá, ahora pará, ahora pasá vos, ahora vos...
Queda tanto por decir, tanto por contar, no como vos querés imponer un silencio como quien pretende callar un trueno, no como vos dando todo por sabido para, sencillamente, no saber. Y sé que no vas a intentar la palabra ni el gesto. Sé que tus manos irán rápidamente a las llaves, las llaves a la puerta, los pies a la escalera y los recuerdos al tacho y las maldiciones otra vez a tu boca porque con los recuerdos suele pasar como tantas cosas que abollás y arrojás y rebotan y caen y quedan merodeando y volvés a encestarlos y de nuevo a atorarse con otras basuras y otra vez a saltar afuera y entonces te levantás furiosa y los aplastas con desesperación no porque temas a los bollos-recuerdos y su aparente autonomía o porque temas que eso signifique algo, como un mensaje esotérico que te negás a percibir, sino que simplemente sentís que las cosas fueron hechas para obedecer tu voluntad. Y no era tu voluntad este tipo un poco más gordo que el que habías conocido y por fin sin ese toldo de feria en la cabeza, No era tu voluntad este mendigo en el portal, este vendedor tardío, este cartero desorientado, este búho trasnochado con los ojos así abiertos y la mente así de cerrada, para vos. Tampoco es tu voluntad pero sí la mía, dejarte paso. Es tu voluntad pero no la mía verte subir tras los vidrios de la puerta y las cien imágenes de tus piernas en los biselados y los chasquidos finales de la cerradura allá arriba. Y no es tu voluntad pero sí la mía y esto te deja desorientada porque no lo ibas a hacer, no lo querías hacer, no lo pensabas siquiera considerar, pero algo mío que aún quedaba dentro tuyo –de ahí “mi voluntad”- tomó el control de tus manos, abrió un grifo oxidado de emociones olvidadas, llevó tus pies al balcón y arrojó las llaves al tipo que esperaba mirando hacia arriba, allí donde tu altillo espera cada noche a un ángel llamado Uriel, allí donde la luna se encuadra tres horas antes de un equinoccio, allí donde acaba de desprenderse una gota, una extraña gota jamás convocada a tus ojos por un criminal o un necio y sin embargo...
Entonces sí te explico como al final lo hace Truffaut, porque en definitiva se entiende (pero lo que no se entiende es semejante demora), aunque vos insistas en explicarla a través del miedo o la vergüenza. Entonces sí te explico por fin mirándote a los ojos porque me lo debés, porque te lo debo, porque estas manos estuvieron buscando las tuyas por casi dos años, porque estas palabras vienen corriendo carreras circulares en mis venas, porque estas lágrimas vienen secándose cada tres meses y este abrazo se acaba de marchitar y caer hecho cenizas, junto a las lágrimas, los bollos-recuerdos, las llaves, la escalera, los lunares, la esquina, el frío de un nuevo Julio. Porque sigo esperando, sentado en el cordón, con una caja de chocolates, que no tomes ese taxi, que no pises esos suelos, que no dobles –para siempre- esa otra esquina, esa nueva calle, este eterno desencuentro, este maldito pesar, este desolado mediodía, este viento en la avenida y el ruido de la caja del semáforo... ahora pasá, ahora pará, ahora pasá vos, ahora vos...
4 comentarios:
Cuando yo publiquè "Naturalmente", hace unos meses, Ud. me dijo que le hacía acordar a cosas suyas... bueno, esto me hace acordar a cosas mìas... se saldrà de esta hipérbole? O Habràn algunos que nacieron statu quo y otros que nacimos revisionistas?
Dame un momento que busco en el diccionario:
a) Hipérbole
b) Statu quo
c) Revisionista
y veo qué te puedo contestar :S
Qué texto! Conmocionante. Cuánto sentimiento envuelto en esa palabras.
Admiro tu forma.
Gracias Magic. Y sin embargo cuando queremos desenvolvernos, la cebolla es interminable.
Yo admiro sus formas también, creamé :p
jeje
Bueno, los dejo un ratito, sigo buscando esas palabras de Erdosain :S
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