Loonies
Mirta se llama la que llegó primero. Claro que lo supe tiempo después, porque en los primeros tiempos no nos comunicábamos. Incluso antes de saber su nombre, digamos una semana después de llegar al parque, se fue una tarde y regresó esa misma noche con un amigo unos diez o quince años mayor que ella, aunque se sabe que las edades, esas a las que nos acostumbramos los que solíamos reconocernos como “normales”, no cuentan en sus rostros y cuerpos sin tiempo. Lo mismo que los nombres. Pero fue la primera y ¿cómo no saber aunque sea el nombre? Aunque no sea lo más relevante. Mirta es la que duerme en la casita número 16, allá, ¿la ves? la que tiene jazmines en la ventana. Dice que los jazmines son la sincronicidad de la Vía Láctea, así como el roce del terciopelo es la sincronicidad del crepúsculo de Noviembre. Mirta dice que venimos de las Pléyades y que nuestros abuelos no hicieron las pirámides ni hundieron la Atlántida. Dice que nuestros abuelos nos sacaron del agua de los mares y nos moldearon por eones los genes, hasta cambiar nuestros cuerpos y convertirnos en aéreos. Entonces ella honra la memoria de nuestros abuelos, y por las noches sale a volar e invita a quienes quieran acompañarla. Visita los caseríos donde abundan los chicos, porque creen y no temen. Los arropa mientras duermen, espanta los malos sueños, con suspiros benditos exorciza los demonios que moran en los placares y bajo las camas. A los insomnes (que no es un mal exclusivo de los mayores) les cuenta historias de amores de siglos y siglos, que continúan vida tras vida; a los más incrédulos los convence con trucos mágicos, les regala ramas de chocolate aparecidas de la nada, tras sus orejas. Una noche estuvo en esta misma habitación. Fue justo cuando estaba soñando que te encontraba a la vuelta de la esquina, en la gran ciudad, esa noche que te quise sorprender hablando por el portero eléctrico ¿te acordás? Entonces no tenías rostro y ella te dio uno. Después me aclaró que hizo todo lo posible, pero que ni su imaginación ni su magia podían igualar tu belleza. Sembró todo el brillo de los lunáticos en tus ojos; humedeció tus palmas y tus labios para que fluyeran las caricias y las palabras; puso sus dedos entre las agujas del reloj e hizo que la noche corriera leeeeennnnta, como los sueños del amanecer. Esa mañana desperté feliz como hacía siglos no me sentía. Sobre mi mesa de luz había dejado un papelito donde me invitaba a desayunar en la casita 16. Entre café humeante y jazmines me pidió que recordara el sueño y que lo escribiera para no olvidarlo. “Ahora salí a buscarla” me dijo, y guardó el papel en el bolsillo de mi pijama.