Crossroads
Miró su reloj y trató de establecer una coordenada con el sol y el horizonte. Un ave chilló molesta, a lo lejos, y los cables comenzaron a silbar. “Mi”, se dijo en silencio, e improvisó mentalmente una frase en esa escala. Increíblemente, el viento siguió soplando en la misma nota por unos cuantos segundos más. Lo tomó como una señal.
De repente, decenas de aves hasta entonces invisibles, ocultas en el chato pastizal, levantaron vuelo en un estruendo de alas chasqueando el aire caliente de un atardecer naranja. El cabello de su nuca se erizó y un escalofrío le recorrió la espalda. Giró y allí estaba. No había otras huellas en el piso, no había sombra a sus pies... ya no había blues entre los cables y su mente.
El recién llegado sonrió y el sol se escondió tras un delgado listón de nubes azul profundo. Lucía estrafalario y no era ninguna sorpresa: camisa de jean abotonada hasta el cuello, un moño metálico con forma de cráneo de vaca, saco rojo largo y bordado en dorado, jeans azules gastados, botas texanas de piel de serpiente, al igual que el sombrero de cowboy de Hollywood.
Pisó el cigarrillo con su bota izquierda y sin dejar de mirar al suelo lanzó –despacio- el humo por la nariz.
—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó mirando los cables silenciosos.
Él, calmo como tres minutos antes de una tormenta de Noviembre miró distraídamente hacia el auto.
—Supe la historia de Johnson y quise saber cuánto había de cierto en ella... y cuánto de basura —y lo miró –desafiante- a los ojos, aunque sin encontrarse con la otra mirada.
El otro, mano en el bolsillo, miró alrededor un tanto inquieto, aunque suene increíble. Luego de una larga pitada al cigarrillo (nunca se pudo ver en qué momento lo encendió) miró hacia arriba en su mente, haciendo memoria.
—Oh, si... Bobby Johnson, lo recuerdo. No fue el único... ni el primero. —Cabeceó en dirección al auto y preguntó:
—¿Qué llevas ahí dentro?
—Una Les Paul ’59...
El Diablo –porque de él se trataba- soltó una estruendosa carcajada abriendo las fauces hacia el cielo. Los cables aullaron, otra vez en Mi.
—¡Mentira! —Dijo sin dejar de reír. —Tú no tienes una Les Paul ’59... eres un niño aún. Sigues yendo con mami a comprar esas camisas ridículas que usas en la escuela... apuesto que jamás te han ensuciado alguna con lápiz labial. Además... ¿Aquí? ¿En el sur del planeta? —Ahora su mirada era grave, maligna, poderosa. —Si no tienes nada mejor que hacer... —por fin acercó su rostro al del joven. Olía a ajenjo y sus ojos, tras las finas y elegantes lentes esmeralda, eran amarillentos. —Déjame en paz, ¿quieres?
Volvió a pisar la nueva colilla con la punta de la bota y giró para marcharse.
El joven, sin alterarse pero haciendo un esfuerzo por respirar aire fresco, habló a la espalda del Diablo.
—Ambos sabemos que tengo poco tiempo, así que no actués. ¿Qué es esto de que soy demasiado chico? ¡Como si fuera un inconveniente! Y dejá de hablar como en una película barata doblada en Méjico. Y sí, esto es el sur del planeta, hablamos de otra forma... y aquí también hay blues y Les Paul. ¡Y quiero ser el mejor!
El demonio se detuvo. Antes de girar en dirección al joven volvió a mirar de reojo hacia el auto.
—Así que quieres ser el mejor...
—Sí.
—¿Sabes? Hay algo que se llama talento...
—¡Y lo tengo! ¡Mierda! Pero no soy el único talentoso por aquí, es por eso que vine a este cruce y traje mi guitarra. Nadie más lo sabe, ni lo sabrá. ¡Ahora decime de una vez qué hace falta!
—Al final siempre se sabe —dijo Lucifer fumando otra vez y sin inmutarse por la actitud amenazante del joven frente a él. —No es ningún secreto. Okay, si tanto lo quieres solo tienes que decir “Deseo ser el mejor guitarrista de blues del sur del planeta”. —Se bajó las gafas hasta la punta de la nariz y lo miró de cerca. Esta vez sus ojos eran rosados, igual que las lentes. Levantó una ceja y sonrió con malicia: —No olvides dejar el alma en tu deseo... —Y estalló en una carcajada que resonó por toda la planicie levantando polvo y espantando animales.
El Diablo se alejó unos pasos, pateando distraídamente una piedra chiquita y sacando chispas con otra.
—¡Vamos, te escucho!
El muchacho tragó saliva. De pronto toda su seguridad pareció tambalear. Se sentía mareado. El lugar comenzó a dar vueltas, anochecía y amanecía con una velocidad pasmosa, el sol era un electrón danzando loco en su órbita, el viento de los giros lo despeinaba y le sacudía la remera.
—Deseo ser el mejor guitarrista de blues de.... la Tierra —dijo cerrando puños y ojos, apretando dientes.
El piso tembló en ese momento y los giros cesaron. El Diablo estaba frente a él con los brazos en cruz, orientados con el camino de tierra, perpendiculares al asfaltado. Una bola de luz roja surgió de su mano izquierda, se estrelló en el parabrisas del auto, que voló en mil fragmentos y continuó directamente hacia el estuche que reposaba en el asiento trasero, lo perforó y se apagó. Otra bola de luz roja surgió de su mano derecha y entró por la boca abierta del chico, lo sacudió en un espasmo violento y lo levantó del piso unos centímetros. A los pocos segundos cayó sobre el camino y de desplomó sobre un costado. En posición fetal, se retorcía de dolor y lloraba en silencio.
Cuando se recuperó, el otro ya no estaba. Tres pájaros se posaron sobre los cables pero volvieron a tomar vuelo hacia el poniente. Miró hacia el auto y no se sorprendió de verlo con el parabrisas sano, intacto. Caminó con dificultad tomándose el vientre con las manos (le dolía terriblemente). Se asomó por la ventanilla del conductor. El estuche estaba sano pero abierto. Un destello rojizo nació de las cuerdas y notó que la primera y la sexta vibraban sutilmente. Sacó la cabeza fuera del auto y se volvió hacia los cables. Volvían a sonar en Mi, como la risa del Diablo, como la mejor nota de un blues.
I went down to the crossroads,
Fell down on my knees.
Asked the Lord above for mercy,
"Save me if you please."
I went down to the crossroads,
Tried to flag a ride.
I went down to the crossroads,
Tried to flag a ride.
Nobody seemed to know me,
Everybody passed me by.
I'm going down to Rosedale,
Take my rider by my side.
I'm going down to Rosedale,
Take my rider by my side.
You can still barrelhouse, baby,
On the riverside.
You can run, you can run,
Tell my friend-boy Willie Brown.
You can run, you can run,
Tell my friend-boy Willie Brown.
And I'm standing at the crossroads,
Believe I'm sinking down.
♫