Vidas circulares I
Es el riesgo que se corre al caminar a tientas, entre la niebla y el fragor que unas veces es del mar y otras del viento. Creí alejarme del peligroso acantilado en el que me había detenido vacilante, seducido y rechazado. Caminé sin darme cuenta por senderos circulares, aplastando la suave turba y congelándome los pies, pero no vi mis pasos repetidos ni sentí mis rastros desvanecidos. Muchas veces creí dar con la salida, pero los ínfimos rayos de luz eran invariablemente obliterados con una velocidad de burla. Su lógica se deshacía como polvo en el viento y las razones se derrumbaban en silencio; la inconsistencia de una verdad forzada y delirante caía por su propio peso. Y así, tras las huellas invisibles del sino inevitable, sobre mis pasos (y quién podría negar categóricamente “tras los pasos de otros también”?) y la omnipresente bruma, en una luz de crepúsculo eterna, descubrí nuevamente mis pies sobre la saliente, las olas anhelantes, la roca inamovible y en medio de ellas la furia y la violencia, la destrucción y la muerte, la venganza y el castigo. Y otra vez el vértigo seductor y las náuseas incontenibles. Otra vez el irresistible deseo del abismo y el vacío.
1 comentario:
Bue... lo lamento. No era para nada mi intención.
Esas palabras me fueron reveladas por una mujer que se veía y se sentía en esa situación (que no sabemos si llamarla sueño, premonición o recuerdo) como si fuera un hombre.
Antes de caer en el chascarrillo facilongo y condenarse al infierno sin remedio, aclaremos que nada tiene que ver con travesaños ni trabucodonosores ni cosa que se le parezca con intenciones de ser graciosa.
Ya veremos como sigue la historia, si me animo a seguir contándola.
Se retribuye el abrazo y se lo vuelve a conminar a acercarse a estos pagos cuando guste a seguir inspeccionando casas embrujadas y demases.
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