9 de junio de 2008

Otoño-invierno

Vos sabías que iba a caer. Por algo elegiste cuidadosamente cada una de las palabras, sabiendo que todas eran nosotros y como en ese cuento de Cortázar, una voz latosa estática, al fondo de la línea, va repitiendo número tras número. Los tiempos cambiaron y ésta vez fue por celular... sombra... calle... humo...
La ansiedad nos hacía decir incoherencias, ¿te acordás? No entendiste nada de lo que te contaba sobre el tren, los disparos y los racimos de gente en las vidrieras donde había televisores. Realmente no nos importaba esta vez.
No perdimos tiempo: yo desabroché tu camisa y vos desgarraste la mía. No usamos vasos convencionales: tomaste Septiembre de mi boca y yo bebí el ardor de tu sexo irreprimido. No usamos brújulas ni mapas: vos te enredaste entre mis brazos y mis piernas, yo me perdí en el laberinto de tu pelo. Lo hicimos (primero) en la cocina, reptando entre cacerolas y espátulas colgantes. Sin disimular la perversidad en mi mirada, te propuse usar algunos juguetes, pero entre risitas nerviosas y vacilaciones nos decantamos por untarnos la crema chantillty del postre de esa cena que nunca fue. Lamí tu vientre hasta volver a encontrar tu piel de dulce de leche, sorbí el estremecimiento de tus hombros y ahogué tus gritos en mi boca incontrolable.
Horas después, no quedaba ni la sombra del invierno, acurrucados uno en otro junto al fuego. Desde el living de luz azul que tanto te había gustado, nos llegaba la voz de Sting cantando "I burn for you". Allá a lo lejos, tras los vidrios de hielo, jugando entre los árboles espectrales, el humo de las chimeneas y los irreales sonidos de una calle apenas desierta.
"¿Tenemos futuro?" Te pregunté al despedirnos. Vos bajaste los ojos y yo escondí mis lágrimas. Esa respuesta que desconocemos es hoy nuestro fantasma.